La abuela no corría ningún peligro en nuestra casa, repetía mi madre cada vez que la teníamos de visita. Se lo decía a la tía Esmeralda para recordarle que la abuela pasara la temporada prevista en su casa podría venirse sin problemas con nosotros. Aunque no estaba nunca sola, había que tener cuidado con ella. Donde menos peligros corría era en el jardín y tal vez por eso era el lugar donde más tiempo pasaba cuando llegaba de visita, a la sombra del quiosco que papá construyo para tomar el fresco en los días soleados.
Yo no creo que por no poder abrir la puerta de salida hacia la calle se sintiera prisionera. Si la tía pedía que se la tuviéramos uno o dos días porque ella tenía turnos de trabajo hasta muy tarde, la llevábamos o las reuniones de amigos, iba con nosotros al cine, salíamos de paseo a pueblos vecinos comíamos todos en la mesa, en fin, hacía con nosotros la vida normal de una familia. Escuchaba o hacia que escuchaba la conversación de los demás y, de pronto, interrumpía con una expresión de fastidio:
-¿Podrían hablar de algo menos aburrido?
Mis padres no hablaban de su enfermedad delante de mí o de las visitas. Ella estaba allí, sencillamente. Y gracias a ese misterioso silencio, les hice la siguiente pregunta:
-¿Creen ustedes que la vejez es una enfermedad?
Mi padre se quedó pensativo: mi madre no atinó a decir ni una palabra.
-La vejez no es una enfermedad -dijo mi padre-, pero muchas enfermedades aparecen con la vejez.
-Esto va o ser muy duro para Alexandra -le oí decir a mi padre una noche
-¿Cómo vamos a explicarle la enfermedad de mi madre? -le preguntaba mi mamá.
Holgaban de mí en voz baja. Decían que había que tener mucho cuidado conmigo. Sabían muy bien que la abuela me adoraba y que yo la adoraba a ella. Por eso había que tener mucho cuidado.
¿Cuidado por qué?, me preguntaba yo.
¿Porque iba a perderla?
¿No perdemos algún día a la gente que amamos?
¿No habla dejado de ver a mis amiguitos de la escuda primaria?
¿No se le hable muerto el papá a mi amiga Teresa?
Decidí no seguir pensando en estas cosas. No me gustaba tanto misterio alrededor de la abuela. Mucho menos el misterio que les ponían a los enfermedades.
Si algún amigo de visita preguntaba por Mamamenchu, mis padres decían lo mismo:
-Ahí más o menos.
Si alguno queda verla y saludada mentían:
-Está durmiendo.
Pero no siempre les salía bien la mentira.
Una tarde, la abuela apareció en la sala emperifollada, lista para recibir la visita. Se asomó, saludó y desapareció. "Ya vuelvo", dijo. Volvió a aparecer, esta vez decidida a quedarse, mostrando su mejor sonrisa y sus mejores alhajas. Entonces mis padres tuvieron que hacer hasta lo imposible para que no interrumpiera la conversación y saliera con alguna de las suyas.
La abuela se convertía entonces en el centro de las reuniones. La gente se divertía con sus cosas.
Hablaba y hablaba como siempre ha hablado, mucho y con pausas, y nadie pensaba que estuviera verdaderamente enferma. Se le olvidaban las cosas, como a todo el mundo, hasta que llegó el día en que según mis padres marcó el comienzo de algo muy delicado.
Empezó a sumergirse en sus lagunas. Ya les dije, esta frase me gusta: sumergirse en la laguna más profunda. Y la laguna que me imaginaba era en verdad un lago de aguas profundas y azules, un lago con millas en las que crece una vegetación cuyas ramas y hojas se inclinan en el agua y se sumergen hasta el fondo. Un lago azul donde se pescan truchas con la mano. Son tantas las truchas que viven en el lago, que es fácil pescarlas con una red para cazar mariposas.
-¿cazar truchas? -me preguntó mi padre.
-No, pescar mariposas -le respondí.
-Todo lo de la abuela había empezado a preocuparnos -repetía mi madre al evocar aquella época.
-Fue la mujer más feliz del mundo -repitió mi padre.
¿La mujer más feliz del mundo?
La felicidad se acababa para mí cuando la tía venía a llevarse a la abuela a su casa
-No me quiero ir -protestaba la abuela al ver que le hacíamos la maleta
-No me gusta estar yendo y viniendo de un lado a otro como una gitana -se quejó al ver a la tía Esmeralda.
-No se preocupe, mamá -le decía mi madre en voz baja-. Dentro de poco se vendrá a vivir con nosotros. Además, Esmeralda, Arturo y los niños quieren que pase unos días en su casa. Todos la queremos mucho.
ESTÁS LEYENDO
En la laguna más profunda.
Teen FictionNovela de Óscar Collazos, escritor, periodista y crítico colombiano. Es una obra perfectamente accesible para lectores jóvenes.