Capítulo 23

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La abuela está sentada en un banco de madera del jardín, apoyada en almohadones, debajo de un árbol cuyas ramas me caen sobre la cabeza. Así me veo ahora: sentada al lado de la abuela enseñándole las fotos de su infancia.

Un jardín agreste entré las tres y las cinco de la tarde, cuando el sol calienta todavía.
Una manta de lana arropa los hombros de la abuela. Un suéter de lana me abriga.
Papá y mamá no están en casa. La enfermera mira televisión en la sala, feliz porque la libero de la responsabilidad de cuidar a la abuela.

Voy pasando las páginas y percibo que la abuela dirige los ojos hacia las fotografías. En un momento, creo que levanta una mano y señala la foto con el índice.

    -¿Esta? -le pregunto, acercando el álbum a su vista.
    -Mamá -le oigo decir en un susurro.

La foto muestra a una niña de seis o siete años tomada de las manos de un hombre y una mujer en el centro de un parque o una plaza.

¿Comprendió lo que quería decirle? Tal vez. Yo comprendí que la abuela se había reconocido tomada de las manos por sus padres.

    -Mamá -repitió, pronunciando despacio las dos sílabas. Creía que prolongaba así su felicidad, si era felicidad lo que le producía haber reconocido a su madre y haberse reconocido ella tomada de las manos por sus padres. Pero no. La emoción de la abuela duró muy poco. No volvió a decir mamá ni a mostrarse emocionada.

En adelante, aunque yo pasara las páginas del álbum y las acercara a su vista, ella no reaccionaba. Empezaba a entrar en un estado de indiferencia, se empezaba a ausentar, se sumergía en su laguna.

En la laguna más profunda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora