Capítulo 5

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La abuela pasó otra larga temporada en nuestra casa y regresó de nuevo al pueblo. Decía que le encantaba la ciudad pero que, después de unos días, le pesaba en las espaldas como si cargara un bulto lleno de piedras. La gente, además, andaba corriendo de un lado a otro como si fueran a hacer algo importante.

-Va uno a ver -decía riéndose- y no van a ninguna parte.

Necesitaba regresar a la paz de su casa. Había pasado el último año entre idas y venidas del campo a la ciudad, pero esta vez no regresó sola. Entre todos la llevamos. Digo entre todos porque la tía Esmeralda, su marido Arturo y mis dos primos nos acompañaron en su camioneta para llevarla de vuelta.

Volvió a vivir una breve temporada muy cerca de sus árboles frondosas y del riachuelo de aguas Idas y transparentes Yo recordaba ese pueblo por su olor a tedie fresca y a boñiga de vaca a eucaliptos y a naranjos en flor. Bastaba asomarse a la puerta de la casa o abrir las ventanas para sentir el perfume de los naranjos en flor.

-Azahar-me sopló al oído mi padre el día en que traté de recordar el perfume de los naranjos en flor.

Lo único que la abuela no volvió a hacer fue pasear por el monte, como lo había hecho siempre. Atravesando el sendero que llevaba al riachuelo y al lugar secreto de sus citas con el abuelo. Parecía no haber olvidado el episodio de los muchachos muertos. No hablaba de esta terrible historia pero es muy posible que la mantuviera viva en sus recuerdos.

Pasaron algunos meses sin novedad. Hermenegilda llamaba cada día y daba el parte de normalidad. Contaba que habían salido de paseo al pueblo vecino, montadas en una carreta tirada por un burro; decía que habían ido a visitar a su hija. Ahijada de la abuela, que vivía a dos horas de allí.

-Hoy no paró de hablar -dijo un día.

-No ha abierto la boca en toda la mañana -dijo al día siguiente.

-Nos pasamos toda la tarde hablando de los viejos tiempos -informó antes acostarse a dormir.

-me preocupa mucho su cambio de apetito -día preocupada-. Se ha vuelto muy caprichosa con la comida.

La abuela había sido siempre parlanchina, decía la ría Esmeralda. Después, como se demoraba tanto buscando las palabras que necesitaba para construir una frase, decidía no pender más tiempo y se quedaba callada. Una vez encontradas las palabras que había perdido volvía a hablar entusiasmada.

Hermenegilda decía que Mamamenchu se encerraba en su cuarto más de lo acostumbrado y que la veía a menudo con los ojos abiertos, dirigidos hacia ninguna parte. Le recordaba que por la mañana habían planeado preparar juntas una tolla de chocolate con nueces para el postre del almuerzo y la abuela le respondía que no tenía ganas de comer lona de arándanos.

Hermenegilda no sabía lo que eran los tales arándanos. Cocinaba para la abuela, pero resultaba que ella no tenía apetito y mucho menos ganas de comer esa sopa de papas con pollo y alcaparras y, menos aún, ganas de echarle encima crema de leche

-Pero si es el ajiaco que tanto le gusta, Mamamenchu.

-¿Ajiaco? -se quedaba dudando-. Nunca oí hablar de ese postre.

Al rato, pedía que le sirviera un poco en un platico pero sin alcaparras ni crema.

-¿Te acuerdas, Heme, del día en que hicimos tas ese viaje en barco? -le preguntó un día.

-Mamamenchu -le respondió ella-. Usted y yo nunca viajamos en barco. Si no recuerdo mal, un día dimos un paseo en burro y nos perdimos en el camino. Tuvimos que regresar a casa arrastrando a los burros de las riendas. Un campesino nos dijo que esos burros no estaban acostumbrados a cargar mujeres. ¿Se acuerda?

En la laguna más profunda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora