Un día, sin consultar con nadie, la tía Esmeralda decidió internar a la abuela en una Residencia para ancianos. Geriátrico, debería decir, pero no me gusta esa palabra. Este es uno de los episodios más oscuros en la historia de la abuela y uno de los episodios que más me cuesta escribir porque no quiero que me malinterpreten ni quiero herir a nadie, y menos aún a quienes quiero muchísimo.
La tía reunió a mis padres y les dijo que la abuela necesitaba pasar unas vacaciones y que había encontrado el lugar preciso; Ya había hecho los arreglos del caso, había visitado la casa donde mujeres como la abuela pasaban sus días de descanso, atendidas por médicos y enfermeras especializados. Aprovecharía para pedir unos chequeos médicos, en la residencia había especialistas en todo, nutricionistas y psicólogos, psicoterapeutas e internistas; tomaban yerbas que estimulaban el sistema cardiovascular, se respiraba un ambiente de reposo y camaradería que le encantaría a la abuela
¿Porque la llevo a ese asilo sin consultarlo con nadie?
¿Por qué era mala persona?
No, La tía no era ni es mala. Hacia cosas qua parecían malas porque creía que todo lo que Ella hacia era lo correcto. Hacían cosas que a ella le parecían buenas, aunque el resto de la gente le dijera que eso no estaba bien. Quería tanto a la gente, que la asfixiaba de amor. A sus hijos, a su madre, a su esposo Arturo, A nosotros.
La tía quería y protegía tanto a la gente, me dijo un día mi padre, que los aplastaba y asfixiaba. Eso fue lo que les escuche decir. Al oír, me imagine a la tía Esmeralda convertida en una gallina de plumas muy vistosa que pone sus huevos y para protegerlos, se sienta encima de ellos
Y ¡pum!, los revienta.
Mis padres supieron que aquella no era una casa de repose sino una residencia de ancianos y pegaron el grito al cielo
La tía Esmeralda dijo que la residencia era un lugar donde debían estar los ancianos, que la gente que atendía a los viejitos sabía hacerlo muy bien. Y en esto nadie les quitaba la razón. Repetía que médicos y enfermeras habían estudiado para eso y tenían experiencia en cuidar a los viejitos, pero resulta que mamamenchu ni era "una viejita" ni le habían preguntado si quería irse a vivir con desconocidos.
La tía argumentaba que allá todos se hacían compañía, que estaban entre viejos y entre viejos se entendían mejor.
¿Quién le dijo que eso era cierto? Me hubiera gustado preguntarle.
A uno le hacen compañía las personas que conoce. Uno puede conocer a nuevas personas, no lo dudo. Pero para hacerse compañía necesitan otras muchas cosas.
-amor, por ejemplo –dijo mi madre
Un día que mis padres fueron a visitar a la abuela, ella les suplico que la sacaran de esa casa de locos. No era en verdad una casa de locos, era una residencia de ancianos, pero la abuela de que aquella era una casa de locos.
~Séquenme de aquí~ les pidió a mis padre-, No sé a quién se le ocurrió meterme presa a este manicomio.
Mi madre recuerda que, durante un tiempo, mientras permaneció en aquella residencia, Mamamenchu tuvo frecuentes pesadillas. Contaba que estaba presa en esa casa, que los ancianos de los cuartos vecinos no la dejaban dormir. Si empezaba a dormirse, a los ancianos les daba por la gritería. Se dormían al cabo de unas horas y esos hombrecitos llegaban al sueño como demonios furiosos. Fruriosos, dice mi madre que dijo la abuela. Demonios fruriosos. Le arrebataban las Cobijas, la sacaban de la cama, la rodeaban y querían clavarle en su cuerpo sus uñas filosas, esmaltadas como cuchillos de plástico. No tenían ojos, algunos no tenían nariz, y los que tenían boca dejaban ver unos colmillos espantosos. Habían entre todos uno muy necio de todos: el más necio de todos: llegaba a la puerta del cuarto y le disparaban agua helada con una manguera, EI agua era negra o morada. Soñaba que llegaban y la quitaban las sabanas y las cobijas y la envolvían en ellas antes de sacarla a los pasillos y llevársela a los sótanos, donde había más viejitos llevados a la fuerza.
~No me quieren- decía- me hacen maldades
No le hacían nada. Sus compañeros eran tan inofensivos como ella . Pero como no le gustaba ese lugar, se imaginaba lo peor. Si uno no le gusta algo, se imagina que es lo peor de lo peor
Un día le conto a mis padres que había oído decir que en esa casa había un sótano para castigar a los desobedientes, que a algunos viejitos los llevaban al sótano por haberse portado mal y regresaban mansitos y ya no volvían a abrir la boca ni a moverse de su silla, que les daban un brebaje de demonios o les aplicaban inyecciones para aquietarlos. Salían de allí todos quietitos. Se sentaban en su silla del corredor o a tomar el sol de la mañana con la cabeza agachada, echando babas por la boca.
-Algunas de esas mujeres -le dijo a mi madre quieren hacerme daño.
Ella creía que le hacían maldades porque le tenían envidia. Y ninguna le tenía más envidia que la que estaba todo el tiempo rezando. Todo el santo día. Terminaba un padrenuestro y seguía con un avemaría. Rezaba un rosario y empezaba con una especie de jaculatoria. Miraba a todas las mujeres como si fueran condenadas. Si le preguntaban algo, respondía con un misterio del rosario. Rezaba en latín y en ladino. Le hablaban y respondía atentamente con frases de oraciones.
~ ¿Qué lengua es esa, el tal ladino? -le pregunté mi madre para calmarla un poco
-¡lengua de judíos de Constantinopla expulsados por los reyes católicos de España! -respondió. Y les explicó que los judíos expulsados de España se habían regado por todo el mundo, que hablaban un idioma llamado ladino y que algunos se habían convertido a la religión católica para que no los persiguieran. Muy seria, como quien da una lección de historia a sus alumnos, dijo que a esos judíos los llamaron marranos. Ella creía que la mujer que decía oraciones en ladino era descendiente dc marranos.
¿Por qué le tenían envidia?
Porque no era tan Vieja ni se pasaba todo el día con los ojos puestos en la pantalla del televisor.
~Me gusta la televisión -les dijo a mis padres-, pero me gusta más si está apagada.
Mis padres creyeron que era un Chiste. Y Si era un chiste, eso quería decir que la abuela estaba de muy buen humor y era consciente de todo lo que le sucedía.
No era un chiste.
Una noche tuvo un agarrón tremendo porque dos de los pacientes se sentaron en la sala y encendieron la televisión. Eso conto una de las enfermeras.
La abuela protesté porque le cambiaron el programa sin preguntarle. Le cambiaron el programa porque prendieron el televisor. Ella estaba feliz con la pantalla en blanco. Viendo nada. Era feliz Viendo nada.
-Soy inmensamente feliz cuando la pantalla es blanca como la nieve ~dijo.
Le dijo a mi madre que no le gustaba ver a esas mujeres sentadas todo el día haciendo nada y mirando hacia ningún lado. Las sentaban en una silla y no se movían de allí hasta que no las movían. Y lo que le gustaba menos era algo que nadie había observado: que la casa tenía un jardín sin árboles y una tapia de cemento muy alta que impedía la vista.
¿A quién se le ocurría hacer un jardín sin árboles?
-Un jardín sin árboles es como un rio sin agua.
De la época que Mamamenchu paso en casa de la tía Esmeralda, no sé casi nada porque de eso no se hablaba. Lo poco que supe me lo dijo la enfermera que le pusimos a la abuela al regreso de Cartagena. Me dijo que la abuela había pasado cuatro meses en el geriátrico, los peores meses de su vida.
-¿Cómo sabes que fueron los peores meses de su vida si entonces tu no la conocías muy bien? -le pregunté a la enfermera.
-Es por decir algo -me dijo ella-. Yo me entiendo. Tus padres pelearon con tu tía Esmeralda, dejaron de hablarse porque ella insistía en tener a la abuela en esa residencia. Pero le ganaron la pelea. No sé cómo, pero ganaron la pelea y la abuela se fue a vivir con ustedes a Cartagena.
-Antes de eso vivió unos meses en nuestra casa de la capital -la corregí.
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En la laguna más profunda.
Genç KurguNovela de Óscar Collazos, escritor, periodista y crítico colombiano. Es una obra perfectamente accesible para lectores jóvenes.