Recordaba haber escuchado a mis padres y a la tía Esmeralda hablando de un "aspecto de la enfermedad" de la abuela. Un aspecto. No me gustó esa palabra.
-Es raro -decía mi padre-. Hace un año, cuando le hablaban de cosas que vivió hace mucho tiempo, se acordaba. Se ponía contenta y se le notaba en la expresión.
No encontraba las palabras y se desesperaba. Se le embolataba la ropa y se desesperaba. En ocasiones, su desesperación era tan grande que reaccionaba como una niña, con pataletas y llantos. Mi mamá decía que a la abuela se le estaba secando la fuente donde guardaba las palabras, que, al principio, si no podía decir lo que quería expresar, se ponía furiosa o le daba por llorar.
La fuente de sus palabras se estaba secando.
Yo nunca me di cuenta del momento en que dejó de hablar. No fue en todo caso en Cartagena. Parece que eso no sucede de repente, que llega un día en el que ya no encuentran las palabras. Es una luz que se apaga lentamente. Al final, se ve el resplandor de las últimas palabras. Hablan poco o dejan de hablar. Y bastó que me ausentara dos semanas de vacaciones para que, al regreso, me encontrara con esa barrera de silencio.
Me dije: La abuela decidió dejar de hablar.
Preferí decir eso: que ella había decidido por su cuenta no hablar más.
Si era cierto lo que dijo mi madre, ¿se secaba también la fuente interior donde la abuela guardaba las palabras, el diccionario que había estado formando durante toda su vida?
Como no he podido responder esta pregunta, se la dejo a ustedes para que piensen en la respuesta.
Desde entonces me preparé para que, a partir de un día futuro, no me importara que ella no hablara ni que se quedara con la mirada perdida buscando las palabras. Pensaba que bastaba hacerle escuchar experiencias, nombres de personas y lugares de otras épocas para ponerla contenta.Estaba claro que hubo un tiempo en el que la abuela recordaba las cosas que le sucedieron hace muchísimos años, mucho antes de que yo naciera y de que nacieran sus dos hijas. Los lugares, los viajes, las personas amigas. Confundía las fechas y los lugares. Todo eso recordaba. El problema era que yo no había tenido esas experiencias ni había oído hablar de ellas. No podía ponerle conversación con los temas que ella recordaba. No me importaría hablarle y no escuchar sus respuestas. Bastaba saber que algo pasaba allá adentro, en su mente, y que lo que pasaba la alegraba.
Entonces hice un plan. Tracé un plan, me corrigió un día mi padre, medio en serio, medio en broma.
-Es mejor y más apropiado decir trazar un plan que hacer un plan -dijo el ingeniero don Alfonso Blanco Aguirre.Tracé un plan.
Dividiría la edad de la abuela en tres partes.
Cogí un cuaderno y anoté. Primera parte: los años de la infancia.
Si había empezado a tener recuerdos a las cinco o seis años, entonces esa primera parte iría de los cinco a los doce.
A los doce, la edad que yo tenía entonces, uno ya está dejando de ser niña.
Segunda parte: de los trece a los dieciocho.¡La primera juventud!, como decían todos. La edad de los amores. De los amores y las esperanzas. No es que sea muy aficionada a ver novelas en la tele, pero las muchachas de esa edad son muchachas soñadoras.
La abuela debió de ser también una muchacha soñadora.
Tercera parte: de los diecinueve en adelante, hasta los cincuenta, tal vez, correspondía a la juventud.
Venían los sesenta. Tenía esa edad cuando murió el abuelo. Y yo pensaba que a partir de allí había empezado otra vida para la abuela.
El abuelo tenía ochenta y cinco años y no se le conocía ninguna enfermedad, dijo mi madre. Le llevaba veinticinco años a la abuela pero parecía que se hubieran conocido en las bancas de un mismo colegio.
-La abuela nació en 1922 -dijo mi padre-. Así que tu bisabuelo debió de haber nacido en 1897.
¿Quién conservaba los álbumes de fotos antiguas?
¿Quién guardaba sus cartas, si escribió cartas?
¿Quién podía hablarme de la abuela, cuando era niña, cuando empezó a ser una jovencita, cuando se casó y tuvo hijos? En alguna parte debían de estar guardadas las fotografías de sus viajes.
A medida que trazaba mi plan, empezaba a estar claro que mi investigación debería ser como en las películas y cuentos de misterio: muy cuidadosa.
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En la laguna más profunda.
Teen FictionNovela de Óscar Collazos, escritor, periodista y crítico colombiano. Es una obra perfectamente accesible para lectores jóvenes.