Capítulo 11

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Era divertido escuchar sus comentarios a los programas de la tele. Si veía en los noticieros al presidente de los Estados Unidos deAmérica, por ejemplo a Bill Clinton, lo confundía con John E Kennedy. A Jimmy Carter lo confundía con Eisenhower y a este con Gerald Ford.

-Es Clinton, mamá -la corregía mi madre, pero mi abuela se encogía de hombros.
"Ese es Kennedy", decía en voz baja y daba media vuelta rezongando. "Lo sé porque fue el presidente más buen mozo de los Estados Unidos".

Empezaba a perderse en sus pensamientos.
Se asomaba a las profundidades de la laguna, pero todavía no estaba lista para sumergirse del todo en sus
aguas. Se zambullía un rato y luego salía a flote.

Yo no pensaba que eso fuera grave. No me parecía grave que, al contestar el teléfono, cuando nadie lo hacía y el teléfono timbraba y timbraba, ella siempre dijera:
-Lo siento, número equivocado.
Y colgaba
Se reía tapándose la boca, consciente de haber hecho una pilatuna.
Y eso no era grave sino divertido.
-¿Quién era, mamá? -le preguntaba mi madre.
La abuela se encogía de hombros.
-Cualquiera -decía chasqueando la lengua-. A cualquiera le ha dado por llamar todos los días.

Cualquiera, sin embargo, era algún amigo de casa,sorprendido porque la abuela contestaba y decia que estaban llamando a un número equivocado.
-Mamá -le decía mi madre-. No haga eso.
-¿Que no haga qué?
-Nuestros amigos dicen que usted contesta el teléfono y les dice que están equivocados.
-Yo nunca hago esas cosas -respondia la abuela con un gesto de mal humor.
Era chistoso verla tratando de cortar la carne con el tenedor o lidiando con el cuchillo para tomarse la sopa. A veces se tomaba la sopa y decía que no quería sopa, que le dieran solamente el seco; le traían el seco y protestaba porque no iba a comer carne con papas fritas dos veces y en la misma comida. Confundía la leche con el agua, protestaba si pedía leche y le dábamos agua.

Mucho tiempo después, me detuve a pensar en la confusión de las palabras y creí que el diccionario de la abuela había sufrido grandes modificaciones.
El significado de una palabra pasaba a otra y lo que representaba una palabra se cambiaba para confundirla con otra. El río era el mar. La casa era la cueva.
Lo blanco era lo negro. El agua era la leche. Una de las chancletas hacía juego con un zapato de fiesta rojo. En fin...

Si me pusiera a describir ese nuevo diccionario, me demoraría mucho más tiempo del que había gastado la abuela para armarlo en la cabeza.
¿Me entienden? El mundo empezaría a andar al revés y enloquecido el día en que una palabra significara lo contrario de lo que cree todo el mundo, cuando para decir alto se dijera bajo, cuando en lugar de decir baje se dijera suba, cuando se llamara frío a lo caliente y duro a lo blando. Pensé en todo esto y me acordé de un paseo por el campo con la abuela. De pronto, se puso a caminar de espaldas. Seguia hablándome, mirándome y caminando de espaldas
-Trata de hacerlo tú también -me pidió.

Me puse de espaldas y caminamos largo trecho, hablándonos sin mirarnos. En ningún momento tropezamos con obstáculos. La abuela me guiaba. Conocía tan bien aquel sendero, que adivinaba cada obstáculo. Habíamos caminado un buen rato y se detuvo.
-Lo bueno de caminar de espaldas es que avanzamos, pero seguimos viendo lo que dejamos atrás
-iPero podemos tropezar y caer, abuela! -le repliqué
-No, si uno sabe para dónde va -respondió-
Uno siempre debe saber de dónde viene y para dónde va -añadió-. Tropezar es lo de menos.
iOtra de sus frases misteriosas!
En cosas como esas, en la manera de caminar de espaldas o de cambiarles el nombre a las cosas, había algo más misterioso que el misterio. Me intrigaba. Sobre todo, el orden o el desorden de las palabras.
Alguien, en el principio del mundo, debió de haber empezado a ordenarlas.
¿Qué era, entonces, un diccionario?
-Muy sencillo -me replicó el repelente de Juan Gustavo cuando le presenté este problema-. El diccionario de la lengua es el orden del mundo.
No quise seguir hablando del tema.
Mi mamá dijo que la abuela empezaba a tener problemas con la comida.

En la laguna más profunda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora