Capítulo 2

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Cuando la abuela venía a visitarnos a la ciudad,  unas veces llegaba a casa de la tía Esmeralda,  otras veces a la nuestra.  Y aunque la casa de la tía era un apartamento grande y cómodo,  con una terraza desde donde se podía divisar la ciudad, yo creo que prefería nuestra casa porque tenía jardín y no estaba metida entre el bullicio.

Cada noche antes de irme a la cama le pedía que me acompañara a dibujar.  me ayudaba a recortar figuras de periódicos y revistas y encontrar palabras raras. Me pedía que recortará con Las tijeras las más raras y las pegará sobre una hoja en blanco.  sobre esa hoja,  llena de recortes,  debía pintar lo que se me ocurriera,  con los colores que quisiera.  si se armaba un rompecabezas con tantas figuras,  me divertía contando la cintura ositos con unas tijeras y la abuela se entusiasmaba con la idea,  tanto que le daba por buscar un sombrero,  echar los recortes dentro,  removerlo como una batidora y sacar poco a poco los trocitos de papel con palabras caprichosas. Entonces las escribí a una detrás de otra,  como si estuviéramos haciendo un nuevo dibujo.  Del sombrero salían frases divertidisimas y parecían más divertidas aún a medida que la abuela las leía en voz alta.  Recuerdo una porque la pegué en una cartulina:

vamos            
              
                             Bajando

                                                       Al fondo

Para                                                                 Levantarnos

              Poco a poco.                             A

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Me enseñó a jugar con los diccionarios, a buscar el significado de las palabras que recortaba de los periódicos y a subrayar en los libros que leía las palabras que no comprendía.

-¿Y eso Para que sirve,  abuela? 

-para nada -me dijo-. Para hacer algo distinto. Para saber.

      Siempre decía para nada.  Si algo era divertido, si se hacía algo para pasar el tiempo,  la abuela decía que se hacía para nada.  Para nada era lo que se hacía por el gusto de hacerlo.  La gente debe aprender a vivir para nada, decía.

- Uno debería aprende e hacer más cosas para nada.

Hoy pienso que la abuela no se tomaba en serio casi nada. Bromeaba conmigo, con mis padres,  con la tía,  con mis primos,  con sus yernos. Y con ella misma. Bromeaba con sus amigas y hasta con los extraños.  Nunca dejó de hacer bromas,  sobre todo en las visitas a su casa.  Si la mesa no estaba todavía servida,  se encarga de poner platos y cubiertos.  Encima de los platos del día "el desayuno" de mañana.  Aunque había sido un juego concebido para hacer reír a sus nietos pequeños,  lo seguía haciendo aunque ya no lo fuésemos.

-¿Que nos tienes preparado,  abuela?  -le preguntó yo.

Ordenaba encima de la mesa piedras de formas extrañas seleccionaba sus hierbas olorosas y flores silvestres. Colocaba encima de cada plato un huevo crudo, sacado del canasto que siempre vi lleno porque cada día le traían los huevos frescos del gallinero de un vecino.

 -Señoras y señores –anunciaba-. ¡Sírvanse! 

Era una de sus bromas preferidas antes de que Hermenegilda empezara a servir el desayuno de verdad Deliciosos desayunos campesinos. El olor del chocolate perfumado con clavos y canela, las arepas recién asadas, el pan hecho en un horno de leña del pueblo. 

En la laguna más profunda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora