Capítulo 3

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¿Vamos a pasear abuela?

No respondió. Se quedó mirándome en silencio y me dio la espalda.
Nunca volví a hacerle esa pregunta. De un día para otro, la abuela decidió no salir más a pasear por el campo. Ni sola ni acompañada. Lo había hecho casi cada día y durante más de treinta años. Algo espantoso había ocurrido para que decidiera no pasear más por el sendero que conocía de memoria, entre los magníficos árboles que rodeaban.

No, Alexandra Blanco, se me quitaron las ganas de pasear monte.

Cuando quería cerrar una conversación y no oír una palabra más sobre un asunto, me llamaba con nombre y apellido.

¿Por qué, abuela -le insistí-, si a ti te gusta ir a tu cita con él?

-Eso era antes,

-Antes era hace una semana -le repliqué- ¿qué pasó después?

Mi madre me llamó aparte y me pidió que no molestara a la abuela.

No la estoy molestando -le dije-. Quiero saber por qué no quiere hacer el paseo de siempre.

El aire de la casa se llenó de misterio. Nadie quería decirme nada ni darme explicaciones sobre la inesperada decisión de la abuela. Tuve que esperar hasta la noche para que, en vista de la insistencia, mis padres me dieran la más terrible de las explicaciones.

-La abuela tiene miedo de salir de la casa –dijo mi padre.

-No sé si es miedo exactamente -corrigió mi madre-, pero la verdad es que en el pueblo sucedió algo muy feo.

-Exactamente en el lugar que la abuela más quería -añadió mi padre-: al pie del Ficus teguendamae.

¿Qué tan feo pudo haber pasado para que la abuela decidiera no salir más al campo ni hacer el paseo que solía dar sola y que durante los últimos meses hacia conmigo?

-Va a ser muy duro, Alexandra, pero tenemos que decírtelo antes de que te lo cuenten en el pueblo o lo veas en la tele. Mi padre me tomó una mano, mi madre me acarició los cabellos, y mientras me arropaban con cariño me contaron que la semana anterior habían descubierto los cuerpos de cinco muchachos enterrados muy cerca del árbol donde la abuela se sentaba a ver pasar las aguas del riachuelo.

Eran jóvenes de veinte a veinticinco años.

El lugar donde se ataba con el abuelo, iba a decir, pero pensé que era un secreto entre las dos.

El pueblo se había llenado de policías y ambulancias. Llegaron periodistas y camionetas con cámaras de televisión. No sé por qué, pero si no hay cámaras de televisión es como si nada pasara. Si no ha sucedido nada y la gente ve cámaras de televisión en una calle, piensa que algo muy grave está ocurriendo y corre hacia las cámaras.

Al ver el tumulto que se estaba formando cerca de su casa y a la gente que corría hacia el bosque, la abuela salió con Hermenegilda a preguntar que sucedía. Le dijeron que estaban levantando los cadáveres de unos muchachos. Un campesino, alertado por su perro, había descubierto algo raro en el suelo y se había puesto a escarbar hasta dar con los cuerpos desnudos.

Eso sucedió el jueves. Mis padres esperaron la reacción de la abuela. La noticia había sido un escándalo, pero como la abuela no veía televisión sino de vez en cuando, llegaron a creer que no se había enterado de nada. Si lo hubiera sabido, calcularon, los habría llamado al conocer la noticia.

La abuela no quiso decir nada hasta el sábado, cuando llegamos a pasar el fin de semana.

-Los mataron miserablemente -les dijo a mis padres,

En la laguna más profunda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora