3. Cuando se suspendió.

1.8K 178 98
                                    

–A Azul la conocí hace muchos años, cuando estudiábamos en la facultad... creo que algo te conté –Peter intenta recordar sentado en la barra de la cocina. Lali, frente a él y cambiada con el pijama, asiente despacito– no tenía a nadie, estaba sola. Su madre nunca la reconoció, su padre nunca supo quién fue y no tiene hermanos.

–¿Con quién vivió en su niñez?

–Con una vecina que se hizo cargo. Es alguien a quien siempre consideró como su tía, pero era una señora mayor y falleció el año pasado.

–O sea que estaba completamente sola –concluye y él asiente una vez. Por un costado del cuerpo de ella, espía a Romeo que está sentado en el centro del sillón jugando con los botones del control remoto. Candela y Eugenia se fueron a los pocos minutos que él regresó– ¿Y cómo hizo para hacerse cargo de todo?

–Estaba acostumbrada. Te conté que dejó Misiones con diecisiete años, a los pocos meses de terminar el colegio –Lali avala porque también recuerda esa tarde que hablaron de Azul después de que hicieron una videollamada– viajó a Buenos Aires porque quería estudiar medicina y conoció gente muy buena que la ayudó un montón, pero también conoció personas muy malas que se aprovecharon de su necesidad.

–Me imagino... –susurra y baja la vista a los dedos de él. Los mueve nervioso, entrelazándolos entre sí. Se anima a apoyarle una mano encima para serenarlo. Peter la mira y exhala un suspiro.

–Nos conocimos y nos hicimos muy amigos. Después de conocer su historia, no quise dejarla sola... sentía que tampoco podía. Y me animé a colaborar en lo que sea necesario.

–¿Y eso también incluía ser el tutor de su hijo?

–Fue lo primero que me pidió cuando se enteró de su enfermedad –dice– no podía decirle que no, Lali –y ella niega dándole la razón desde su lógica– ninguno pensó que iba a llegar a esto... –y baja un poco la vista, apenado. Ella le hace un mimo acariciándole los nudillos– me acuerdo que cuando me pidió que firme los papeles, agarré la lapicera riendo. Todo parecía un juego de chicos.

–Qué suerte tuvo de conocerte –y le sonríe empática. Él ladea la cabeza hacia un lado con humildad– ¿Sabés cómo está él? –baja la voz porque no quiere que Romeo la escuche.

–No sé, no habló durante todo el viaje, pero debe estar shockeado –vuelve a espiarlo. Ahora Romeo está concentrado mirando el televisor– su mamá era lo único que tenía, La. A mí me conocía y siempre fui el amigo que vivía en las montañas, pero no más.

–Hay que darle tiempo –recomienda desde su conocimiento– son muchos cambios en muy poco tiempo. Su mamá fallece, tiene que vivir con alguien que vio pocas veces y encima en una casa que queda en la otra punta del país. Va a hacer una adaptación prolongada –él asiente y vuelve a exhalar– ¿Cuál es la idea hasta ahora?

–Por ahora, ser su tutor.

–¿Pensaste en adoptarlo?

–No sé... –inaudible. Peter baja la vista a la mesa y Lali lo mira. Estaba esperando una respuesta más concreta, quizás una afirmación, hasta que recuerda esa charla que tuvieron noches atrás en el porche de la residencia– me dijeron que cada tanto van a comunicarse desde el juzgado de menores, va a venir una asistente social para chequear que él esté bien conmigo. Antes me hicieron una entrevista para corroborar que era la persona que firmó su tutela, pero van a seguir comunicándose.

–Claro. ¿Y vos cómo estás?

–Bastante movilizado –se pasa las manos por la cara, se masajea los párpados y las mejillas.

–No sabía que ibas a volver hoy, sino les decía a las chicas que no vengan.

–No te preocupes –y le sonríe cansado, pero hermoso– supuse que ibas a estar con ellas, casi que era lógico regresar y encontrarlas. No sé si jugando a ser novias, pero... –y Lali se tapa la boca riendo.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora