6. Cuando Candela fue la reina.

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Candela está parada en el último escalón de una escalera de madera la cual Héctor sostiene para que no se desequilibre mientras Elsa, a una distancia prudente, indica que la guirnalda de triángulos esté derecha. En el parque delantero de la residencia, están acomodados los objetos donados para la venta de garaje. Elsa y Héctor no tuvieron problema en acceder a usar su espacio para ejercer un bien común, además de que Elsa podría juntarse con su amiga, encargada de la fundación, para tomar el té. Candela está emocionada porque su compromiso social fue lo que la corrió del agobio laboral diario entre el trabajo vía Skype y las sumas presupuestarias de la residencia. No se sentía inútil, solo necesitaba despejar la mente y utilizar el tiempo en una actividad que haga bien. Por eso es que en su mente esquematiza la decoración del espacio para cumplir con su cometido y les pide a Héctor y Elsa que pueden regresar a sus actividades porque ella puede continuar sola con los últimos detalles. Quizás el único detalle que olvidó –o que pensó que iba a olvidar– fue Andrés que, sin avisar, la saluda a su espalda y ella trastabilla en el primer escalón, quedándole la pierna cruzada del otro lado de la escalera.

–¿Estás bien? –él se ríe un poco y la sostiene de un brazo para ayudarla a desengancharse y despegarse de la escalera.

–Sí, gracias... –por las dudas, se suelta rápido de su brazo. Es que no quiere tocarlo, y no precisamente porque tenga lepra.

–Vengo asustándote bastante seguido. Prometo que la próxima voy a avisar antes de entrar.

–No te preocupes, yo me asusto muy fácil –comenta y arruga la frente porque ¿qué tipo de definición es esa?– todavía no arrancó la venta de garaje, eh. Falta una hora.

–Ya lo sé, pero vine a verte a vos –guarda las manos en los bolsillos de su pantalón y a ella empieza a sudarle el cuerpo. Recién ahora se da cuenta que Andrés no viste el equipo de paramédico– quería avisarte que pudimos repartir los volantes que alcanzaste al cuartel y logramos una buena convocatoria.

–Ah... –y se tilda un rato mirándolo con la boca abierta. Es que estaba esperando otro tipo de comentario– ah... ah, bueno. Buenísimo, gracias.

–También me preguntaron qué tipo de cosas van a estar en venta.

–¿Quién? ¿Carla? –está tan concentrada cerrando la escalera que no se da cuenta que escupe el veneno en voz alta.

–¿Qué? –y Andrés la escucha.

–¿Qué? –y Candela intenta hacerse la desentendida entrecerrando los ojos y presionando los labios– no, que... decía que si fue tu novia la que estaba interesada en saber que hay a la venta porque va a haber ropa de mujer muy linda –explica carente de razonamiento y ahora tiene ganas de golpearse la cabeza.

–No, los que me preguntaron fueron los chicos del cuartel. Algunos quieren muebles antiguos... y no voy a venir con Carla –agrega.

–Podés venir con quién quieras.

–No es necesario –concluye– ¿Tu novio va a venir?

–¿Quién? –exactamente, Candela: ¿Quién?

–Tu novio –repite– ¿No estabas en pareja?

–Ah, sí. ¡Sí! –levanta la voz porque se acordó– pero va a estar ocupado –hace una pausa– no, mentira, tampoco lo invité –y Andrés esboza una risa– no es una persona con la que pueda compartir algo de éste estilo y tampoco tenía ganas de obligarlo.

–Okey. Entonces nos vemos más tarde –dice mirándola a los ojos de una manera tan particular que ella intenta descifrarlo.

–Chau –lo saluda levantando una mano y Andrés hace lo mismo antes de dar media vuelta e irse. Candela siente como el calor se deposita en el centro de su estómago y clava las uñas en las patas de la escalera– me voy a depilar... –susurra para sí, y vuelve a entrar a la residencia.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora