8. Cuando pidieron un poco de respeto.

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El apagón dura todo el día y se recompone minutos después del anochecer. Durante ese lapso, Romeo estuvo encerrado en la habitación y Lali se quedó en el comedor bajo la luz de las velas, incomunicada del mundo exterior y comiendo lo poco que pudo cocinarse alumbrándose con la linterna. Peter regresó después de la cena, cuando ella ya estaba dormitando en el sillón y la luz había regresado hacía menos de dos horas. Apenas él abrió la puerta y saludó, Romeo salió de la habitación y le dio la bienvenida. Incluso le extendió los brazos para que lo aúpe y Peter lo sentó en la barra. Lali solo se acercó a darle un beso y después se fue a dormir porque estaba cansada. ¿De qué? Si estuvo todo el día sentada sin poder hacer nada. Pero no hablamos de lo físico, sino de lo emocional. Así que, a la mañana siguiente, aprovechando el buen clima, Lali se levanta temprano, se cambia en silencio encerrada en el baño, en la heladera busca una banana y un yogurt bebible, y sale de la casa sin avisar.

–Pero es domingo, nena. ¿También tenés ganas de trabajar hoy? –Elsa abre el almacén los domingos hasta el mediodía y Lali se invita porque necesita huir.

–Estoy aburrida.

–¿No tenés que corregir tarea de tus alumnos? –ella está entretenida arrastrando una caja con los pies y reponiendo los paquetes de galletitas en la góndola.

–Los viernes no doy tarea. ¿Y te molesta que venga a verte o es una sensación que tengo? –reprocha de brazos cruzados sobre el mostrador y Elsa expulsa una risa.

–Me encanta que vengas, pero es domingo y querés trabajar. Si no estás con fiebre es porque hay algún problema... –deduce sabiamente. Lali no responde y Elsa se voltea a mirarla– ¿Hay algún problema?

–No.

–Esa cara no dice lo mismo.

–Está todo bien –y sonríe un poco para compensar– ¿Cómo vivieron el apagón? ¿Se les complicó?

–Justo estábamos yendo a visitar a unos amigos –cuenta y empuja la caja con un pie– menos mal que pasó porque no queríamos ir.

–¿Y para qué aceptaron?

–Porque hace cinco meses que les decimos que vamos a ir y nos quedamos sin excusas. Creo que nunca festejé tanto un apagón –agrega– pero estuvimos bien. Tenemos luces de emergencia y los huéspedes aprovecharon a quedarse a descansar porque también llovía un montón. Creo que fue la primera vez que tuvimos el comedor completo, y tu abuelo aprovechó a armar una payada tocando la guitarra.

–¿El abuelo sabe tocar la guitarra?

–No –responde, y Lali se ríe– ¿Ustedes como la pasaron? ¿Se inundó por esa zona? Porque en la casa de Sabrina, la hija de Miriam, se inundó.

–Por casa, no. Estuvimos bien... –sube un hombro y baja la vista a sus dedos que se cruzan y mueven inquietos– Peter tuvo que ir a trabajar y volvió a la noche, así que estuve sola con el nene –y Elsa vuelve a mirarla.

–Es la primera vez que no lo llamás por su nombre. ¿Qué pasó, Lali? Contale a la abu –Elsa deja caer un paquete dentro de la caja y se acerca rápido para escuchar.

–No pasó nada.

–¿Tenemos que llamar a alguien para pedir ayuda? ¿Discutiste con Peter? –pregunta intensa y Lali pone los ojos en blanco– ¿El nene se portó mal? ¿Te enteraste que es hijo de Peter? ¿Te gritó? ¿Dijo algo que no te gustó? ¿No se le paró?

–Ay, abuela –y le da un cachetazo suave en el brazo.

–¿Qué? Es re común. A tu abuelo a veces le pasaba –continúa y Lali se tapa los ojos porque no quiere ni imaginar– en una época tomó viagra, pero se le aceleró mucho el corazón y le pedí que deje de hacerlo porque prefiero tenerlo flojo antes que muerto.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora