Epílogo: Cuando ellas se quedaron.

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Lali despierta de a poco a medida que estira los brazos, las piernas y gira alrededor de todo el colchón. El cubrecamas está caído en el suelo y las cortinas del ventanal se mueven a causa y consecuencia del viento que entra por el balcón. Afuera está soleado y toda esa luz termina por despertarla. Bosteza dos o treces veces con la mirada fija en el techo de madera y también hace un poco de ruido con la boca. Al no enfocar bien los números del reloj, se refriega los ojos con los nudillos y después corrobora que son cerca de las ocho de la mañana. Demasiado temprano como para ser feriado. Pero escucha el agua de la ducha que golpea contra la tina y nota que por la puerta mal cerrada del baño sale un poco de vapor. Entonces se va levantando de a poco, masajeándose la cabeza usando cuatro dedos sobre la frente, y también descontractura el cuello. Baja de la cama y camina descalza hasta el balcón para respirar un poco de aire sureño y escuchar algunas voces que están deambulando en la parte inferior de la residencia. Después va a chequear que la habitación contigua esté vacía, y por último camina en puntitas de pie -aunque esté descalza y no la escuchen- hasta el baño. Abre despacito la puerta y todo el vapor la golpea hasta ahogarla un poco. Del otro lado de la mampara está Peter bañándose, dándole la espalda y con la cabeza que casi roza la boca de la ducha. Entonces se saca el remerón que usó para dormir y evita hacer cualquier ruido para sorprenderlo. Y lo logra, porque apenas entra a la ducha y lo abraza por detrás, pegando la boca a su espalda, él se sobresalta haciéndola reír.

−¿Hacía falta? -no es que se queja, sino que casi le da un síncope.

−Sabes que sí -y le pasa una mano por la cara para sacarle el agua que le gotea- buenos días.

−Buenos días -repite casi en el mismo tono, y al mismo tiempo que él se inclina, ella se sube a sus pies para besarse- no te quise despertar -y le corre un poco el pelo hacia atrás porque se está mojando.

−No importa. Igual no vine a tener ningún tipo de conversación -avisa, y él se ríe.

−¿Hay alguien en el cuarto? -pregunta bajando un poco la voz. Ella niega- ¿En el de al lado? -ídem- ¿La puerta está cerrada con llave? -asiente con una sonrisa atrevida- entonces, continueemos -y se acuclilla un poco para poder cruzar los brazos por debajo de la cola y levantarla para que ella pueda abrazarle la cintura con las piernas.

La navidad en la residencia siempre tiene un aire festivo diferente porque Elsa y Héctor se encargan de que todos los huéspedes la pasen bien, teniendo en cuenta que vienen desde distintos puntos del país, del continente o el mundo. Durante la madrugada del ocho, Lali y Eugenia ayudaron a ambos abuelos a armar el árbol navideño en un rincón del comedor, pegado a la ventana para que se vea desde afuera, el cual casi llega hasta el techo y está lleno de adornos, guirnaldas coloridas y luces. También la ayudaron a acondicionar la cocina combinando el rojo y el verde, colgando en las puertas de cada habitación un pequeño instintivo navideño y enrollando luces intermitentes en los balcones y en toda la entrada. Incluso también decoraron con flores rojas y blancas la baranda de la escalera interna, pero tuvieron que sacarlas cuando más de un huésped se pinchó al tocarla y cuando Eugenia se enredó con una que se había desarmado haciéndola bajar de culo tres o cuatro escalones. Pero Lali sintió una adrenalina distinta desde que se sentó en el suelo a sacar las borlas de colores para decorar el árbol. Se sintió una niña que volvía a creer en la fantasía y que podía disfrutarlo junto a sus abuelos, como no lo hizo durante los veintiocho años anteriores. Y con esa misma energía vivió el trabajo con sus pequeños alumnos, los paseos extensos con Eugenia más las video-llamadas con Candela, y las noches en que se quedó a dormir en casa de Peter después de cenar y tomar vino sentados en la alfombra. Resurge algo que creía haber perdido hace más de un año, como las ganas de quedarse para siempre en ese lugar que solo le genera emoción desde el primer día que llegó.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora