11. Cuando volvieron los exs.

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Es temprano el sábado cuando Lali abre el almacén de su abuela. No hay mucha gente deambulando porque el inicio del fin de semana significa dormir hasta un poco más de lo habitual. Aprovecha para inundar el espacio de música y también para limpiar los vidrios de la puerta y del ventanal con agua y jabón. Suma más latas a las torres de enlatados, acomoda las alacenas porque siempre hay algún cliente que a mitad de camino decide cambiar de opinión y deja un sachet de yogurt en el sector de las galletitas, y también repone las comidas faltantes. Cuando Elsa llega, ya todo está acondicionado y Lali esperándola detrás del mostrador terminando una sopa de letras. Con el correr de la mañana, la gente se va sumando al mercado y la mayoría se queda más tiempo del estimado porque les gusta conversar con la dueña que siempre tiene una historia nueva para relatar. Eugenia y Candela la visitan antes del mediodía y le cuentan a Lali que irán a almorzar a un barcito que les recomendó un huésped. Ella se sumará después cuando merme el trabajo para su abuela. Pero faltando un poco más de media hora para irse, Elsa cruza al kiosco de María Belén por un encargo y después entra Peter con su ropa laboral y los cajones del pedido de casi todos los días.

−Hola.

−Ey, hola –lo saluda con una sonrisa y deja a un lado la sopa de letras– ¿Es lo de siempre?

−Sí –y se sacude las manos– ¿Tu abuela?

−Cruzó a lo de la kiosquera –le cuenta– vení... −le indica y sale de detrás del mostrador– llevemos todo esto –y levanta un cajón.

−¿Podés? –él levanta el otro.

−Mediré un metro cincuenta pero tengo músculos –y apresura el paso para ingresar a la despensa– ¿A dónde va esto?

−A la izquierda de ésta alacena están los freezer –y ella obedece el recorrido. Deja el cajón en el suelo y Peter se encarga de guardarlos.

−Listo, ahora sí –da un aplauso al aire– hola... −vuelve a saludarlo y cruza los brazos alrededor de su cuello. Él ríe un poco y después le contornea la cintura.

−Y yo que pensaba que me habías ayudado por amor al prójimo –bromea, pero Lali se muerde el labio y cierra los ojos esperando su saludo correspondiente– hola... −le susurra cerca de la boca, rozándole la nariz, y después la besa.

−¿De todas las veces que entraste acá nunca tuviste ganas de hacerlo en la despensa? –le pregunta después cuando vuelve a tomar aire.

−No, porque soy una persona normal.

−Bueno, yo sí y disculpame por toda ésta anormalidad a la que tampoco veo que te negás –y se trepa a su cuerpo para que él pueda sentarla sobre el freezer. Pero entre tanto calor, besos e intentos de desnudez fallidos, escuchan un par de golpes de la puerta que retumba en toda la despensa.

−Lali, ¿estás ahí? –Elsa grita para que la escuchen.

−Escondete, escondete, escondete –le pide en susurros al mismo tiempo que le da palmaditas en los hombros mientras él lucha con el cinturón de su pantalón– ¡Sí, abu! ¡Ahí voy! –le responde gritando por demás y casi ensordeciendo a Peter que tuvo que destaparse un oído con el dedo– agachate ahí, ahí, ahí –y lo va empujando de a poquito detrás de una alacena en la que hay paquetes de diversas pastas. Lali se acomoda la ropa, vuelve a meterse la remera en la calza, acomoda un poco el pelo y se limpia la boca con una mano por las dudas de que no haya ningún símbolo. Entonces toma aire y cuando abre la puerta, Elsa está del otro lado con sus anteojos deslizándose por el tabique y mirándola por encima del marco– hola, abu. Pensé que estabas en lo de la kioskera. ¿Necesitás algo?

−No, solo quería saber si estabas acá adentro porque entré al almacén y no te encontré –dice, y entra a la despensa– ¿Dónde está?

−¿Quién?

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora