7. Cuando Ushuaia se apagó.

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Romeo duerme abrazado a su elefante de felpa, con su pijama enterito azul marino, con la cabeza hundida entre dos almohadas y el cuerpo semi-cubierto por el acolchado. Está ubicado en la mitad de la cama, sus piernas abiertas prohíben a cualquiera recostarse a su lado y Peter apaga el ventilador de techo antes de salir del cuarto. Cierra la puerta despacio, pero la deja entornada para que entre un poco de luz. Camina en puntas de pie, solo vestido con un calzoncillo, y Lali se tapa la boca con un puño por sus movimientos. Ella lo espera acostada en el sofá-cama que abrieron en el living y corre rápido el cubrecama para que él pueda zambullirse, aunque cae sobre el cuerpo de ella, la hace reír y le tapa la boca para que no haga ruido al mismo tiempo que la besa.

–¿Decís que no se habrá despertado en ningún momento? –pregunta y se entretiene acariciándole la barba.

–No creo, hubiera venido –él hunde el codo en su almohadón y la mira.

–Pero mirá si se asomó... no está bueno que apenas llegue a una nueva casa vea a sus tutores teniendo sexo –pero Peter se ríe y ella un poco se contagia– hablo en serio. Puede ser un trauma y no quiero ser responsable de ninguno.

–Estuvo durmiendo, Lali –la tranquiliza– además, es parte de la cotidianeidad.

–Que sea parte no significa que esté bueno.

–¿Encontraste a tus padres teniendo sexo? –le pregunta al rato, analizándola.

–No me hagas recordarlo –susurra arrugando la nariz. Peter ríe y después deja caer la cabeza en su hombro. Lali cruza los brazos por su cuello y él cierra los ojos– estuve pensando en cómo construir su habitación... –él afirma haciendo ruido con la boca– habría que tirar una pared para usar parte de nuestro cuarto, que las habitaciones queden en forma de ele, pero que estén divididas, ¿entendés? –esquematiza en su mente e imagina en el aire– la otra opción sería achicar el baño y usar el espacio que hay en el medio, pero también habría que tirar abajo el armario.

–Tengo un conocido que es arquitecto, le voy a proponer que venga y plantee una idea.

–Okey... –susurra y le acaricia la piel de la espalda con las uñas– ¿Y tu idea cuál es?

–¿Sobre qué?

–Sobre su cuarto. O sobre todo –agrega. Su mayor incertidumbre tiene que ver con que admira su responsabilidad de afrontar la tutoría que su amiga le pidió, pero no percibe un compromiso respecto al niño. Peter abre los ojos y se separa despacio para mirarla.

–¿Por qué me lo preguntás?

–¿En algún momento barajaste la idea de adoptarlo?

–La verdad que no –confiesa– pero no porque no lo quiera, sino porque recién estoy adaptándome. Estamos –corrige, y ella asiente despacito– todavía no entiendo lo que pasó y creo que a él también le está costando hallarse. Tuvo que cambiar su vida y apenas tiene cinco años. ¿Vos cómo lo ves?

–Tímido, raro, a veces incómodo... –dice– también veo que me odia, pero ese es otro tema.

–No te odia –y se ríe un poco.

–No, claro, no hablarme y burlarse es la mayor demostración de amor –exclama con ironía– tampoco me asusta porque comprendo la niñez y él pasó por una pérdida muy grande que tal vez todavía esté intentando sanar. Es solo que no estoy acostumbrada a que los chicos me odien.

–No te odia, Lali –repite con seguridad– hay que darle tiempo a que se acostumbre a tener una nueva figura femenina que no sea la de su mamá.

–Sí, ya sé, pero tampoco tuvo una figura paterna y a vos te ama.

–No creo que me ame porque nos vimos muy pocas veces, pero seguramente le habrán llegado muy buenas versiones de mí.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora