8. Cuando Candela engañó.

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−¡Ya está el desayuno listo, La! –Eugenia avisa después de dar dos golpecitos en la puerta. Candela está a su lado y como no reciben respuesta, se impacienta al punto de mover inquieta las manos y los pies– ¿Estás bien?

−Sí –logran escuchar.

−¿Te duele algo? –Candela está preocupada– ¿Te duele la cabeza o la panza? ¿Tenés ganas de vomitar?

−¡Estoy bien! –grita para que la oigan y también para que dejen de hacerle preguntas. Después se oye la cadena del inodoro.

−¿Por qué va a tener ganas de vomitar? –le cuestiona Eugenia.

−No lo sé, dicen que cuando te sentís así de revuelta puede que vomites y capaz se sintió asqueada por lo que pasó. Te dije que no iba a ser una buena idea que se acueste con el pibe –y le da un cachetazo en el brazo.

−Es grande, sabe lo que hace.

−Parece que no porque sino no hubiéramos ido corriendo a buscarla a mitad de la madrugada a la casa de un extraño.

−No es un extraño, lo conocemos y ella salió un montón de veces con él.

−Pero eso no significa que lo conozca en serio –levanta un dedito– no se puede confiar en la gente, hay un montón de psicópatas.

−¿Sabes por qué no cogés ni con tu novio, boluda? –Eugenia se cruza de brazos y la juzga con la mirada– porque sos insoportable. Dejá que cada uno haga de su culo una flor.

−Y mirá donde estamos ahora por dejar que los culos se hagan flores, en la última provincia del mapa y hablándole a la puerta de un baño –y apenas termina de hablar, Lali abre la puerta y se muestra todavía con su pijama, el pelo llovido y unas ojeras que no pudo arreglar con nada de lo que encontró en el botiquín.

−Tienen que dejar de gritar mientras la gente está meando –dice, y pasa entre medio de ellas para regresar a escabullirse en la cama.

−¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís?

−Estoy bien, Cande.

−¿Querés que te prepare el desayuno y te lo traiga a la cama?

−Sí, hacé eso –pero responde Eugenia– prepara algo para las tres y desayunamos acá en la cama o en el balcón.

−Buena idea. Ya vengo, no se vayan... −y se va trotando de la habitación.

−No estoy enferma, no necesito que me traiga nada –Lali se cubre hasta la panza con el cubrecama y cruza los brazos por encima.

−Ya lo sé, pero fue para que se vaya –y la hace reír apenas. Eugenia se sienta a su lado y apoya una mano en su pierna por encima de la frazada para hacerle un mimo– ¿Cómo te sentís?

−Rarísima.

−¿Hablaste con él? –pregunta. Lali niega y baja la vista a sus dedos– ¿Tenés pensado hacerlo?

−No sé. Creo que ya debe pensar que soy una loca.

−¿Sabes que creo yo? Que tuviste pánico –y le da la razón– ¿Te gusta?

−Sí... o sea, me parece un tipo divino. La pasé muy bien desde que nos conocimos hasta anoche, pero cuando me desperté... −y le tiembla el mentón.

−Te diste cuenta que no era Santiago –continúa la oración y Lali asiente con la cabeza y los ojos empañados de lágrimas– mirá, amiga, yo creo que ya llegaste a la última etapa del duelo... si es que en algún momento lo arrancaste. Pero creo que no te dio pánico despertar y darte cuenta que no era Santiago... sino que te dio pánico darte cuenta que podés volver a empezar una nueva historia después de haber estado diez años con la misma persona.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora