10. Cuando Romeo cumplió años.

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Cuando Lali se levanta, Peter está desayunando en la barra vestido con la ropa de trabajo, con los ojos chinos de sueño y revolviendo el exprimido de naranja. Ella pasa por detrás, le acaricia la cabeza despeinándole el pelo y le besa un costado de la espalda. Su desayuno está preparado en la mesada, así que solo tiene que trasladarlo hasta la barra y sentarse junto a él. Conversan poco porque tienen sueño y se ríen cuando no pueden coordinar las palabras en las oraciones. Romeo sale de la habitación, enfundado en su enterito azul marino y con el elefante de felpa bajo el brazo. Lo saludan, pero no responde. Se queda parado frente a ellos, como quien espera algo, y ninguno de los dos entiende. Peter le pregunta si se siente bien, Lali quiere saber si tiene hambre, pero Romeo niega con la cabeza, confundido, y regresa a la habitación. Pero en medio de la jornada escolar, Lali cruza el pasillo del colegio con una carpeta bajo el brazo y escribiendo un mensaje, cuando le llama la atención el barullo de niños en la sala de preescolar. Se asoma por la ventana de la puerta y sonríe cuando reconoce a Romeo aplaudiendo contento con sus demás compañeros. Pero todas las facciones le cambian notablemente cuando se da cuenta que al que están aplaudiéndole es a él y que la melodía de la música entonada es la del feliz cumpleaños.

–Hola, Peter. ¿Estás ocupado? –lo llama al celular mientras observa el festejo con los compañeros que incluye abrazos.

–Un poco... –Peter baja de un salto de la parte trasera de la camioneta de paramédicos. Andrés aparece por un lateral y lo ayuda a descargar la camilla– ¿Qué pasó?

–Es el cumpleaños de Romeo –avisa en un tono preocupado.

–¿Qué? ¿En serio?

–Eso o es que la maestra se levantó con ganas de celebrarle un cumpleaños porque sí.

–Ay, no me digas –se aflige– por eso hoy nos miraba así, estaba esperando un saludo –Andrés le hace señas preguntando qué pasa, pero él niega sin responder– ¿Organizamos una fiesta sorpresa en la residencia?

–Le voy a preguntar a mi abuela. Después hablamos –se saludan rápido y corta la comunicación. A través del vidrio ve que Romeo se sienta en la pierna de una maestra mientras que la segunda explica la próxima actividad para hacer grupalmente– qué mala madre voy a ser –esboza y marca el número de su abuela.

Elsa, con años de experiencia y muchos cumpleaños olvidados en su haber, soluciona rápidamente el problema y propone un cumpleaños de disfraces. Lali dice que no hay tiempo para alquilar, pero ella le aclara que conoce a la dueña del local de disfraces y que además tiene algunos escondidos en su ropero que quería utilizar para su boda. Lali pone los ojos en blanco porque esa mujer no se vence ni aún vencida, pero acepta porque no hay tiempo de discusiones. También recluta a Candela, que se encarga de conseguir la comida, y a Eugenia y Delfina que buscan juegos interactivos en internet para trasladarlos al jardín de la residencia. Lali quiere llegar a la salida del colegio y crearle una sorpresa a Romeo, pero nada de eso sucede porque cuando regresa a la residencia, Eugenia está colgada del techo clavando guirnaldas en la entrada, Delfina pega cartulinas en los árboles armando una búsqueda del tesoro bastante precaria y Candela está detrás de un arbusto compartiendo una cerveza con Andrés, totalmente ida de la organización.

–¡Eh, feliz cumpleaños! –Eugenia baja la escalera y levanta los brazos cuando recibe a Romeo. Hace sonar un silbato que tiene colgado al cuello y menea la cadera. Romeo la mira, no le responde y entra corriendo a la residencia– debe ser de los míos que odia festejar su cumpleaños. ¿Qué te pasa?

–¿A vos qué te parece? –cuestiona enojada– eso está torcido –señala la guirnalda.

–Soy veterinaria, no decoradora. Y agradecé que pudimos inventar algo en menos de una hora.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora