6. Cuando se miraron.

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El miércoles a la mañana, Eugenia y Candela no quisieron quedarse en la residencia entonces acompañan a Lali al almacén de Elsa. Candela la ayuda a ordenar la despensa y Eugenia reponiendo los comestibles faltantes. Lali disfruta ocupando su rol de cajera, sentada en una silla alta que encontró en la residencia y la usó para reemplazar la de madera que le hacía doler los glúteos y la espalda. Héctor llega una hora más tarde con el diario matutino enrollado en una mano, su boina de siempre y abrigado hasta la nariz porque esa mañana inició con una nevada que se prolongará hasta la noche. Lali lo ayuda a sacarse la campera y limpiarse la nieve que le quedó en los hombros mientras él le cuenta que su madre acaba de comunicarse preguntando si todo estaba bien teniendo en cuenta que a ella no le llegaban los mensajes. Eugenia aprovecha para contarles que la que intentó hablarle en varias oportunidades fue su jefa porque quiere que regrese al trabajo, y Candela también suma su comentario al decir que Carlos la despertó a las seis de la mañana para preguntarle cómo andaba y para saber dónde guardó sus zapatillas deportivas. Pero la burla de Elsa que comenzaba afirmando que los hombres no saben hacer nada sin ellas se ve interrumpida por una explosión fuerte que hizo temblar un poco los vidrios del almacén y que asustó a todos alrededor. Lali se escudó rápido detrás del cuerpo de su abuelo, y Candela se abrazó instantáneamente a Eugenia. Muchos clientes que pasaban por la cuadra entraron al almacén como si se tratase de una guarida en la que protegerse, y además porque podían observar a través de las paredes vidriadas. Aunque nadie sabía dónde ocurrió la explosión, quince minutos después se empezaron a escuchar las sirenas de los bomberos y ambulancias que se estacionaron en el edificio de la esquina frente al almacén.

−¿Qué habrá pasado? –las tres están pegadas al vidrio intentando conseguir toda la información posible. Candela está de brazos cruzados y cogotea cuando un vecino, desde el exterior, le cubre la visual.

−No hay fuego así que no debe ser un incendio –deduce Lali que dejó que su abuela la suplante en el mostrador porque no iba a poder concentrarse.

−Quizás fue un atentado –dice Eugenia. Las dos giran las cabezas al mismo tiempo para mirarla– ¿Qué? Es una posibilidad.

−¿Quién va a hacer un atentado acá y para qué? –Candela cuestiona casi políticamente.

−No sé, quizás en ese edificio vive alguna persona de mucho poder de la que hay que deshacerse. O está escondido algún tipo que está buscando la CIA –empieza a tirar ejemplos, pero Candela enarca las cejas y Lali expulsa una risa– o tal vez es alguien que estaba probando la bomba y se le explotó.

−¿No es más fácil pensar que tal vez hubo una pérdida de gas?

−Eso no es emocionante. Mira, ahí está tu novio –lo señala. Entre tanto movimiento, notan que Andrés sale del edificio arrastrando una camilla del extremo delantero.

−No es mi nov-

−Y ahí también está el tuyo, La –y señala a Peter que está en el otro extremo de la misma camilla. Sobre ésta hay una mujer a la que no se le nota la cara pero que suben a una ambulancia. Otro par de paramédicos hacen lo mismo con otro damnificado.

−Tratá de no decir eso frente a ellos –le exige Lali, y después vuelve la vista al frente en donde las sirenas de los bomberos mermaron pero aumentaron las de las ambulancias cuando tuvieron que arrancar para dirigirse al hospital. Ellos dos se acoplan a una parte del equipo de bomberos que quedó afuera porque otro grupo está adentro. Pero después alguien llama a Andrés y éste corre para volver a entrar al edificio– igual, entre nos... ¿no te excita ni un poquito? –le susurra a Candela. Pero ella solo se muerde el labio al sonreír y da media vuelta para regresar al centro del almacén en donde estaba ayudando.

MAMIHLAPINATAPAIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora