Miedo de muerte

8 2 0
                                    


Martin Fredericks leía desinteresadamente el periódico, mientras tomaba su café en su sillón favorito, aún estaba oscuro afuera y la luz de la lámpara no ayudaba mucho a aclarar la habitación, pero era mejor así, lo hacía sentir que la madrugada era un momento de calma y paz, aunque no tuviera con quien compartirlo. Fue el sonido del teléfono que rompió aquel tranquilo silencio, contestó sin muchas ganas.

- Diga

- ¿Martín?

- ¿Arlene? ¿Qué pasa?

- Gracias a Dios por contestar ¿Me puedes hacer un favor?

- Claro ¿Qué quieres?


Martin conducía por una de las carreteras que conforman la ciudad, escuchando música a buen volumen, aunque él iba a escasas millas debajo del límite de velocidad muchos autos pasaban velozmente a su lado, presumiendo sus autos del año. Esto no le molestaba mucho, prefería un viaje más lento y disfrutar el paisaje, pero tampoco es que hubiera mucho que hacer, después de que la aguja llega a la mitad del velocímetro la velocidad se mantiene constante y si uno insiste mucho el coche se apaga. Es mejor así, por más que aceleres siempre te vas a encontrar con un alto, eso ocasiona que uno se estrese y siempre estará el menso que diga que llegaste tarde o ¿Por qué tardaste tanto?. Por suerte Arlene no era así, se habían reencontrado hace poco tiempo en una fiesta después de años de no verla, no podía creer cuánto había cambiado: aún se veía bien, pero se le notaba los años en la cara, seguía siendo linda y delgada, no conservaba la flexibilidad de antaño, pero por lo que pudo ver, si su energía y ganas de vivir al máximo. La vio en la pista de baile mientras se servía un refresco light, sus chinos oscuros volaban por toda la pista y ella enseñaba los grandes pasos que aún no perdía su gracia y avivaban toda la fiesta. Es increíble que aun con todos los jóvenes que asistieron era la que irradiaba más vida.

Llegó donde Arlene lo esperaba, estaba bajo una sombrilla tomando un frapuccino a las afueras de un pequeño café, traía una blusa suelta morado brillante, pantalones negros y zapato de piso, su cabello de alguna manera se veía ordenado y sedoso, con todos sus chinos perfectamente peinados. Se metió al auto, lo saludó y le entregó con una sonrisa un vaso de café. Martín arrancó.

- No sabes lo agradecida que estoy por este favor, no sabía qué hacer.

- No te preocupes ¿Para qué están los amigos? pero ¿Por qué aquí? Tu casa me quedaba más cerca.

- ¡Por el café! aquí hacen el mejor de todo San Antonio. Una lástima que no muchos la conozcan. Ten, te compre uno.

- Bueno, te agradezco el café ¿Cuánto te debo?

- Nada, de hecho te debería de agradecer a ti por aceptar venir a recogerme a estas estas horas.

- Bueno, tampoco es que tuviera mucho que hacer.

- No me digas que te desperté.

- ¿Qué?, no. Estoy despierto desde las cinco.

- ¡Tan temprano! ¿Tienes insomnio o te pasa algo?

- No, para nada, simplemente que estoy acostumbrado a levantarme a esa hora, lo he hecho durante años, simplemente me despierto y no puedo volverme a dormir.

- ¡Qué horror! yo no me puedo levantar antes de las ocho y menos despertarme sin un buen café.


Ambos se rieron y la conversación quedó en el aire. Después de varias calles y canciones, Martín rompe los pensamientos de Arlene.

- ¿Por qué vas al hospital?

De amor y otras muertesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora