Paraíso rojo

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Ellen está asomada por una de las tres ventanas que tienen en la casa, espera la llegada de Paúl, mientras tanto mira como el viento mueve la tierra roja de abajo, los continuos danzares de los pequeños remolinos que golpean la poca maleza del lugar. Aunque es mediodía la lámpara está encendida, el viento levanta una cantidad de polvo tal, que oscurece el cielo como tormenta de noche sin estrellas. Ese día en particular el sol aparecía por momentos como una naranja marchita, en ese ir y venir de luz y sombras le hizo recordar a Ellen la discusión de la mañana, una discusión tan recurrente y repetitiva que seguro ya estaba rayada.

Oye un ruido procedente del otro cuarto, se aleja de la ventana siempre cerrada, y se acerca a la cuna cubierta de una fina tela que impedía el paso al polvo siempre presente. Recorre la cortina con cuidado para que el polvo que se había acumulado no caiga sobre su hijo Tim, lo carga y lo alimenta mientras se pasea por toda la casa, cantándole una dulce y suave canción. Ella lo mira mientras se alimenta, admira esos lindos ojos grises que heredó de su padre, así como el pelo negro y chino, mientras esas pestañas largas, labios finos y piel un poco más clara que la de su padre lo había heredado de ella. Así estuvieron, mirándose uno al otro, entre el quedo canto y un suave bailar que arrullaba a Tim.

Los minutos pasaron, sin saber si eran muchos o solo unos cuantos. Llega a ella algunos sonidos provenientes de abajo, Ellen escucha como la puerta se abre, el viento se escucha más fuerte y la puerta se cierra. Ellen deja a Tim dormido en su cuna y lo vuelve a tapar, se aleja sin despegar los ojos de él y baja las escaleras.

Frente a la puerta está Paúl sacudiéndose todo el polvo de encima, dejándolo caer en el piso que hace pocas horas Ellen había limpiado. No era el único rastro de polvo en la casa, se notaba un aura alrededor de la puerta que había aparecido tras abrirla, era mucho más pequeña y delgada que otros días, pero de todas maneras si no lo limpiaba rápido podría esparcirse por toda la casa. Paúl se quita el pañuelo que lo ayuda a respirar afuera y lo cuelga en el perchero.

— Hola mi amor, ¿Cómo te fue con la comida? Espero que bien porque me muero de hambre.

— ¿Estás seguro que no podemos hacer por lo menos un cuartito entre el exterior y la casa? —pregunta Ellen desde la escalera.

— Ya te dije que no es necesario, además es un desperdicio de recursos y tiempo. —se quita las botas y las voltea para dejar caer una estela de tierra de cada una de ellas— Con eso podría arreglar y mejorar el establo de los caballos, que ya lo necesita —se quita la negra chaqueta y la avienta a un lado, provocando un esparcimiento del polvo— Además eso requerirá dinero que se gasta en el sustento de las vacas —Paúl se acerca a Ellen, se quita una camiseta que se podría decir que es blanca y se la entrega en la mano— Eso no va a ser posible, además ¿Para qué la quieres? —Ellen siente la musculatura de Paúl, él le da un beso en los labios, se aleja mientras se sacude su negro pelo— me voy a dar un baño, espero comer después de eso.

Ellen lo ve partir hacia el baño por el pasillo bajó las escaleras. Baja la mirada y siente la humedad de la camiseta que trae en la mano, la suelta asqueada, entonces se da cuenta que Paúl dejó un rastro naranja de la puerta hacia el baño. "Hombre si lo acabo de limpiar. Lo regañaría pero si no me apuro no solo tendré que barrer la sala, sino toda la casa y con una vez cada tres por semana tengo suficiente" —deja la camiseta en el suelo y se apresura a traer la escoba y el trapeador.

Al salir Paúl la sala está limpia y puesta la mesa, con humeante comida en ella. Ellen se encontraba sentada jugando con Tim en los brazos.

— Ya ves, no necesitamos ese cuarto que dices, todo estaba limpio.

— Aja, bueno espero que no hayas gastado mucha agua, ya sabes que la tenemos muy medida.

— ¿Y quién paga esa agua? Yo mujer, así que no te preocupes por eso.

De amor y otras muertesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora