Mi desesperación era más que notoria

89 1 1
                                    

ANA JULIETA

¡Dos meses sin ver a Hugo!

Parecía que habían pasado milenios desde ese día que me dijo que se iba a Los Ángeles y, sin embargo, aún podía recordar el vacío negro que me envolvió ante la posibilidad. Por unos segundos pensé que alguien había puesto un botón cósmico de pausa, pero la gente caminaba a nuestro alrededor, los coches seguían transitando por la calle, ajenos a que en ese instante una vorágine oscura, en la que se habían transformado una gran cantidad sentimientos diversos, me impedía respirar.

Ahora, analizándolo en retrospectiva, no podía creer que estuve a punto de pedirle que olvidara toda esa charla motivacional de «tú vas a ser una estrella» y caer de rodillas suplicando a gritos «por favor, por favor, no te vayas».

Eso, además de patético, hubiese sido egoísta.

Hugo merecía esa oportunidad, la necesitaba, era algo por lo que había trabajado toda su vida y en solo dos meses estaba ganando titulares de alabanza por parte de la prensa especializada. Eso compensaba, en parte, esta horrible relación a larga distancia que ahora teníamos. No importaba cuántas veces hubiésemos hablado por teléfono, que leyera todas las reseñas sobre la gira que existieran en el ciberespacio (hasta había puesto una alerta en Google), y que incluso hubiese visto el par de conciertos que se transmitieron en vivo por internet, acompañada de Sam y Alfred, quienes se habían convertido a la fuerza en fanáticos de Insanity. Nada rellenaba ni un poquito el agujero de ausencia.

Siempre había pensado que no tenía tiempo para una relación, ahora el tiempo me sobraba para extrañar la que había tenido. Por eso necesitaba saber si había un límite de velocidad en los aviones para sobornar al piloto para que lo violara y me llevara más rápido a Los Ángeles. Bruno ya estaba en camino. Había salido hacía un par de días, pues iría por carretera para llevar el Mustang de Hugo de regreso con su verdadero dueño.

Por aquello de ser educada y, a pesar del mal humor que se había apoderado de Bruno en la última semana, me había ofrecido a acompañarlo. No había terminado de verbalizar mi oferta cuando me cortó de plano, diciendo solamente: «es mejor que llegues a Los Ángeles lo antes posible».

Aparentemente, mi desesperación era más que notoria.

Una vez que aterrizamos, aprovechando el tiempo de espera mientras mi equipaje aparecía en la cinta correspondiente, me escurrí hacia el baño más cercano. Arreglé mi cabello, estiré mi vestidito de verano, me puse un poco de brillo labial y sonreí al ver mis uñas recién arregladas a través de las sandalias. Por recomendación de Sam, tenían unas florecitas pintadas. Toda coquetería era poca después de tanto tiempo separados.

Cuando mi maleta apareció, salí de la sala de equipaje casi corriendo, mostrando todos los dientes mientras recorría con la mirada la sala de espera.

Nada.

Volví a repasar cada rostro con más detenimiento y fue entonces que lo vi: una mujer parada con un cartelito que decía Ana Julieta Calavia.

—¿Hola? —pregunté cautelosa, tratando de obviar el erizamiento en mi nuca y la sensación de pesadez en el estómago.

—¿Ana Julieta? Encantada de conocerte al fin —sonrió como si acabara de ganar la lotería—. Soy Melissa, hablamos por teléfono varias veces.

Claro, Melissa.

Por lo que sabía, trabajaba para Insanity y, durante la gira, ella había contestado el teléfono de Hugo unas cuantas veces.

—¿Pasa algo? —pregunté, tratando de dejar implícito lo que estaba pasando por mi mente que iba más por el estilo de «¿dónde está Hugo?».

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 15, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Un Libro para HugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora