Ana Julieta
El lugar donde vivía Hugo no era para nada lo que había imaginado. Estaba en un viejo edificio de depósitos en Soho que había sido completamente remodelado para crear una serie de apartamentos modernos y distinguidos.
Para llegar al cuarto piso, tomamos uno de esos ascensores de carga antiguos, que hay que cerrar manualmente, pero que tenía un sistema de llaves codificadas para que solo pudieras marcar el piso que te pertenecía. Cuando el montacargas se detuvo en el cuarto nivel, había frente a nosotros una puerta de metal pulido. Hugo descorrió la reja del ascensor, luego abrió la puerta con una llave y ¡hágase la luz!
¿Quién diría que un músico independiente podía pagar un lugar así?
El sitio era enorme. Pisos de madera, techos altos y amplios ventanales en todo el costado izquierdo que daban a un balcón, pero lo que más llamaba la atención era un enorme piano negro de cola que estaba en medio del lugar y un montón de guitarras colocadas en pedestales en el piso alrededor del gran instrumento.
Parecía una sala de conciertos o una tienda de música, al menos hasta que te fijabas en otras cosas no tan llamativas que estaban desperdigadas por el lugar como si alguien las hubiese dejado allí por accidente: un sofá de cuero, una mesa baja, amplificadores de sonido, una computadora grandísima —de esas que son solo pantalla— y un televisor empotrado en la pared con muchos cables colgando que daban a aparatos que estaban en el suelo y que, a simple vista, parecían un Blu Ray y un PS3, además torres de películas y discos compactos por todos lados.
—¡Este lugar es fantástico!
Lo dije sinceramente porque, a pesar de que no se parecía en nada a los miles de escenarios que pude haber imaginado, el lugar era completa y absolutamente Hugo. Claro, eso no evitaba que quisiera organizar todos sus discos por orden alfabético, poner las películas en sus respectivas cajas y ordenar un poco los cables para que nadie se tropezara.
—Me alegro que te guste, pero es solo una casa, una con una muy buena acústica. Hugo siguió derechito hasta la cocina, que estaba simplemente allí en un rincón, separada del resto solo por una encimera de mármol gris plomo, y comenzó a sacar las provisiones que habíamos comprado antes de llegar.
Por un momento pensé en ir a echarle a una mano, pero no tenía ningún parámetro de referencia sobre cómo comportarme en una situación así, y por décima vez desde que me desperté me pregunté qué estaba haciendo.
El mundo tenía un orden y la gente se comportaba, invariablemente, según ciertos estándares: un hombre te invita a salir, paga tus bebidas y, si la pasó bien, te besa, espera unos cuantos días y vuelve a llamarte. Habíamos salido, había pagado mis bebidas, me había presentado a sus amigos, pero cuando la noche terminó no me había tocado. Ni siquiera me había dado un inocente besito en la mejilla, lo que me hubiese dado una perfecta excusa para decirle «no eres mi tipo», o el más tradicional «no estoy interesada».
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Un Libro para Hugo
Roman d'amourAdaptación de Un Libro para Cash de Erika Fiorucci. Ana Julieta quiere probar lo que Hugo le puede ofrecer, entiende que está a punto de perder el control. ¿Y si eso fuera justamente lo que le conviene? ¿Hasta qué punto puede una joven dejarse ir s...