Tiempo Atrás

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—¿Otro regalo de cumpleaños?

—Uno de conciliación. —Hugo se subió en el coche y Alejandro lo siguió—. Cuando Gaby y yo decidimos venir a Nueva York, a sus padres les dio un colapso nervioso y nos cortaron toda ayuda financiera. Tuve que sacar el arsenal pesado y hacer algo que nunca habría hecho: llamar a mi papá para pedirle ayuda. ¿Sabes quién es mi papá?

—Se quién es tu mamá.

—Entonces la deducción no es tan difícil. —Hugo puso la primera y arrancó por las calles acomodadas de los Hamptons—: Antonio Cobos.

—El guitarrista. —Alejandro estaba agradecido por una vez de las lecciones de Cristóbal.

—Ajá. Él se mostró de lo más dispuesto a ayudarnos. Me compró el ático y llamó a Juilliard, creo que prometió dar unos conciertos benéficos para el nuevo auditorio, así consiguió que readmitieran a Gaby. Incluso se ofreció a pagar su colegiatura. En este punto mis tíos no pudieron seguir dándole la espalda a la situación y se unieron a la fiesta. Mi mamá me regaló el Mustang para no quedarse corta frente a lo que había hecho Antonio y yo acepté el regalo porque en caso de que cambiaran de opinión tendría algo que vender para mantenernos.

Por un momento Alejandro pensó en la relación que mantenía con su propio progenitor y por una vez en la vida se sintió apreciado. El viejo Zsolt nunca había dejado de tener interés en su vida, tal vez demasiado interés o un interés que solo bordeaba el asunto profesional, pero a todas luces eso era mejor que «ningún interés».

—¿Por qué nunca les ha pedido a tus padres ayuda con tu carrera? Eres un gran músico, a estas alturas deberías haber despegado ya.

—¿Aparte del hecho de que soy un adulto? — Hugo se encogió de hombros sin quitar la vista de la carretera—. Ana vive quejándose, diciendo que el legado musical está perdido con Gaby tocando clásico y yo tocando rock, así que ese padre no es una opción. En cuanto a Antonio, él es solo una víctima, mi madre lo cargó con un hijo que no quería, y yo no quiero añadirle más obligaciones. Además, lograrlo por mí mismo sería bueno para mi autoestima.

—¿Tú tienes problemas de autoestima?—Alejandro sonrió. Un músico con ese rostro tan masculino y una encantadora personalidad no parece un candidato adecuado para ese tipo de problemas.

—Tengo veinticuatro años, no tengo carrera, vivo del fideicomiso de mi prima porque el mío lo gasté, mi apartamento y todo lo que hay en él me lo compró un padre que casi no conozco y una madre que no me quiere se la pasa regalándome deportivos caros. ¿Tú qué crees?

En ese punto, Alejandro sentía que casi había vuelto a la normalidad. Estaba sosteniendo una conversación con Hugo, iban camino de ver a Gaby. Tal vez, como todos decían que era su costumbre, había creado una tormenta en un vaso de agua. Con una mezcla de vergüenza y diversión pensó en Cristóbal y en su descripción del vengador nocturno.

—Creo que no es malo pedir ayuda cuando la necesitas.

—Primero hablas como Gaby y ahora como Ari. —Cash lo miró perplejo—. ¿Es que no tienes personalidad propia?

—¿Quién es Ari a fin de cuentas? — preguntó Alejandro curioso. La conversación que había sostenido con esa mujer era la que había puesto todas esas ideas extrañas en su cabeza—. Es rara. Me dijo que tenías que reportarte con ella en tres días. ¿Qué significa eso? ¿Se te acabará el suero que te mantiene vivo o algo así?

—Es mi consejera. —Hugo lo miró de reojo—.En Narcóticos Anónimos.

Esto sí que Alejandro no lo había visto venir. Hugo comía manzanas y brócoli, levantaba pesas y trotaba ocho kilómetros cada día. Era cierto que fumaba y bebía, pero nunca en exceso o con esa especie de compulsión que él asociaba con los adictos.

—Cuando cumplí dieciocho años decidí que sería una gran estrella de rock y me fui a Los Angeles. —Hugo manejaba con la vista fija en la carretera—. ¿Sabes que le pasa a los muchachitos imbéciles que llegan a L.A. con un gran apellido, en mi caso dos, y suficiente dinero? Se meten en problemas. Una mañana una llamada telefónica me despertó, no sabía dónde estaba ni con cuántas de las personas que tenía a mí alrededor, hombres y mujeres, me había acostado. Gaby estaba al otro lado de la línea y tenía problemas. Vendí una guitarra, porque a esas alturas ya no tenía dinero, y volví a casa. Llevo limpio desde entonces porque ella me necesitaba limpio. Gaby salvó mi vida.

Hugo se dio unos golpecitos en el tatuaje del brazo.


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Esta parte pertenece al libro "Una Sonata para Tí" de la misma autora y decidí empezar con ella porque considero que es bueno conocer un poquito Hugo, de sus antecedentes, antes de adentrarnos por completos en su historia. 

Ya me dirán que les parece este inicio y pronto pondré el primer capítulo. 

Un Libro para HugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora