HUGO
Quería asustarla y que saliera corriendo.
Desde que Ana Julieta entró en Improvisación vestida como si acabara de salir de un videojuego de Resident Evil supe que, a pesar de mis buenas intenciones, no iba a ser capaz de alejarme por mis propios pies. Lo intenté mandando a la pelirroja bajo la mesa para que me diera un poco de olvido oral, pero lo único que olvidé fue que esa mujer estaba haciendo algo que supuestamente debía sentirse bien. Aún con los ojos cerrados sabía lo que estaba pasando en esa mesa.
Cuando Rafa decidió hacerse el gracioso, olvidé por qué no debía estar con Ana Julieta, olvidé que además de mi baterista, Rafa era mi amigo. Olvidé completamente la propuesta de mi tío ¡Olvidé hasta mi propio nombre!
Lo único que sabía a ciencia cierta era que, si cualquier otro miembro de la raza humana la tocaba, yo iba a matarlo y la única manera de frenar mis impulsos asesinos era que ella decidiera alejarse.
Por eso le dije la verdad.
Me gustaba tener sexo rudo, me daba lo mismo si era con mujeres u hombres y me excitaba mucho la perspectiva de ser visto cuando lo hacía, ya fuera por otros participantes o por simples espectadores. No había tenido sexo privado y cara a cara en más de cuatro años y, por lo que podía recordar de las veces anteriores, la privacidad y el romance estaban sobrevalorados.
Ana Julieta era una buena chica, por lo que lo lógico sería que estuviera saliendo de mi vista en este momento y probablemente vomitando del asco en un callejón, haciendo más fáciles mis decisiones pendientes. Sin embargo, se quedó allí parada, mirándome como si yo fuese un ave de raza desconocida que apareció una mañana en su ventana.
—No entiendo nada —dijo finalmente.
—¿Qué parte no entendiste?
—¿Eres gay?
—No, no lo soy.
—Pero te gustan los hombres.
—Me gusta el sexo, el recipiente es indiferente.
—¿Yo te soy indiferente?
—En absoluto, y ese es el problema.
—¿Te molestaría explayarte? Sigo sin entender.
Suspiré exasperado. Estaba a punto de darle la razón a Rafa en aquello de nunca salir con una mujer más inteligente que tú. Siempre hacían muchas preguntas.
—Cuando estamos juntos, me sorprendo pensando qué se sentirá estar dentro de ti, tocar tu piel con mi boca, descubrir cómo sabe y qué textura tiene en contacto con mi lengua. Tengo mil sonidos posibles archivados en mi memoria de cómo sonarías cuando llegas al orgasmo, si hablas o si solo gimes, y las últimas canciones que he escrito solo tratan de emular ese sonido. Cada vez es más difícil controlarme cuando estoy contigo, pensé que podía, pero después de anoche estoy seguro de que no puedo y, si no te has dado cuenta por qué eso es una mala idea, no me has estado escuchando.
—Sí lo he hecho, con bastante atención, por cierto. Puedo hacerte un resumen: yo te gusto, también te gusta el sexo. Sigo sin entender —una extraña expresión surcó su rostro—. ¿Quieres golpearme? ¿Azotarme?
—¡Claro que no!
—¿Atarme? ¿Denigrarme?
—Ana Julieta, yo nunca te haría nada que no quisieras.
—¿Y qué hay de las cosas que quiero que me hagas?
—Ana Julieta —esta conversación no estaba resultando según mis planes—, tú eres una buena chica y yo soy solo soy...
—No te atrevas a encasillarme en un escalafón prefabricado con valores imaginarios —me interrumpió—. Si algo he aprendido gracias a ti es que no quiero ser una buena chica ni tampoco una chica mala, ambas cosas son agotadoras. Solo quiero ser yo, con defectos y virtudes como todo el mundo, y a esta yo también le gustas tú, y me refiero al Hugo que cocina y es dulce y encantador y que se comporta a veces como un perro guardián; el Hugo con suficiente talento para hacer música maravillosa y mantener embobada a una audiencia; incluso el Hugo que es peligroso y violento es atractivo en cierta forma que no entiendo. Y cuando me pusiste contra esa pared y comenzaste a decirme esas cosas no me asusté ni me preocupé, me excité como nunca antes en mi vida. ¿Qué tan buena chica te parezco ahora?
«Una muy muy buena», pensé, pero no se lo iba a decir. Eso solo echaría más leña al fuego y yo lo que necesitaba era agua. Concretamente, una ducha de agua helada me vendría a las mil maravillas.
Hablando de duchas de agua helada...
—Me voy a Nashville —finalmente algo pareció surtir efecto. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa—. Tengo una muy buena oferta de trabajo allá y no hay nada que me ate a Nueva York.
—¿Cuándo?
—Pronto.
—Bueno, en ese caso —y una mueca resignada se hizo presente en su rostro. Casi creí que había ganado la discusión. Debí conocerla mejor—, es mejor salir de este dilema mientras estás aquí.
—Ana Julieta, no sabes dónde te estás metiendo.
—Todo lo que me has dicho hasta ahora son hipótesis, y a mí me gusta comprobar las hipótesis —levantó la barbilla tratando de parecer decidida, pero necesitó tragar antes de seguir hablando—. ¿Qué me dices? ¿Esta pared o alguna otra?
Como si estuviera viendo una película donde Ana Julieta y yo éramos los actores principales, nos vi retomando la escena donde la habíamos dejado, pero había más personas, mis amigos y algunos extraños, viéndonos. Tuve ganas de golpearlos a todos y quemarles los ojos con una antorcha medieval o algo así.
Me gustaba ser visto. Enfocar la mirada en otra persona, distinta al receptor de mis embates, cuando tenía sexo. Si eran de confianza, hablarles e invitarlos a mirar más o incluso a participar. Los miembros de Ares sabían que no era tímido cuando tenía que encargarme de lo que el cuerpo me pedía, e incluso había compartido unas cuantas sesiones conjuntas con Bruno antes de que Mai apareciera en el panorama, pero solo de imaginar hacer eso con Ana Julieta como una posibilidad real, más allá del ejercicio de mi mente inquieta, todo el morbo desaparecía dejando solo un deseo irrefrenable de tenerla para mí únicamente.
—Vámonos de aquí —dije, claudicando—. Si vamos a hacer esto, lo vamos a hacer a solas.
Comencé a caminar de vuelta por el pasillo que conducía al bar.
—Te das cuenta de que gané ¿verdad? —Ana Julieta me alcanzó y comenzó a caminar a mi lado, como tantas otras veces lo había hecho, como si no acabara de convencerme, a fuerza de razonamientos lógicos, de acceder a hacer con ella algo que me había esforzado por no hacer durante varias semanas, aun a cuenta de ciertas partes de mi anatomía que más de una vez se habían quejado.
—Espera que termine la noche para contar tus fichas —dije suspirando—. Puede no gustarte.
—¿Te imaginas? —y soltó una risilla nerviosa.
—¿Qué?
—Que después de todo este esfuerzo seas malo en la cama.
—No soy malo en la cama —respondí ofendido—. Nunca he tenido ni una queja.
No obstante, una vocecita molesta en mi cabeza me recordó que llevaba algún tiempo sin usar una cama para tener sexo, así que ese calificativo podría aplicárseme en algún momento, sobre todo cuando debía estar con alguien en posición horizontal y mirándola a los ojos.
«¿Qué tal si de verdad apesto en esto y termino como en tres segundos y Ana Julieta se queda insatisfecha? Porque con tantas semanas de contención eso podría pasarme», pensé y me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba realmente nervioso ante la perspectiva de acostarme con alguien. Y lo que era peor: por primera vez quería complacer a la otra persona.
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Un Libro para Hugo
RomanceAdaptación de Un Libro para Cash de Erika Fiorucci. Ana Julieta quiere probar lo que Hugo le puede ofrecer, entiende que está a punto de perder el control. ¿Y si eso fuera justamente lo que le conviene? ¿Hasta qué punto puede una joven dejarse ir s...