Revolver mi Mundo de arriba abajo

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Hugo

«¿Qué coño estoy haciendo?», me pregunté mientras manejaba hacia el este de la ciudad para buscar a Ana Julieta, y no era la primera vez que ese pensamiento me taladraba la mente en el transcurso de ese día

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«¿Qué coño estoy haciendo?», me pregunté mientras manejaba hacia el este de la ciudad para buscar a Ana Julieta, y no era la primera vez que ese pensamiento me taladraba la mente en el transcurso de ese día.

Cuando decidí poner en práctica mi rutina de cocinero estrella, eludí la pregunta, pues la única respuesta que tenía era que necesitaba verla nuevamente. Pensé que, tras pasar un rato con ella, me daría cuenta de que solo era otra mujer, una especie que no me costaba descifrar y que, por lo tanto, tarde o temprano comenzaría actuar como el resto y toda esa inexplicable comezón que me producía desaparecería como el espejismo que era.

Pero entonces abrió la puerta con el cabello desordenado, los ojos cargados de sueño y una actitud más grande que el Kilimanjaro.

Cada minuto que pasaba a su lado descubría una nueva dimensión. Me di cuenta de que no solo era linda, inteligente, divertida y decente, sino que me trataba con naturalidad. Nada de miradas sugerentes ni insinuaciones de doble sentido. Ella era directa pero amable, simpática pero no evidentemente interesada en saltar dentro de mis pantalones. Además me hacía reír, a carcajadas, y eso era algo que hacía mucho tiempo que no me ocurría.

Cuando llegué a su calle, Ana Julieta me estaba esperando sentada en los escalones del edificio, ni excesivamente excitada por la perspectiva de salir conmigo ni haciéndose la difícil. Solamente estaba allí, con sus lentes, unos vaqueros, una camiseta verde oscuro, ni ajustada ni grande, y calzando una versión sofisticada de unas botas de soldado.

Siempre había pensado que las mujeres en botas levemente masculinas eran sexys, y si a eso agregábamos una melena rebelde recogida en un moño flojo y nada de maquillaje, se convertía en mi nueva versión perfecta de una chica de póster.

—Lindas botas —dije, bajándome para abrirle la puerta, y múltiples imágenes de ella vistiendo solo esas botas vinieron a mi mente como un catálogo de perversiones sexuales.

—Lindo coche —me dijo, sonriendo, mientras se sentaba.

A diferencia de lo que me había ocurrido con otras chicas, no había en su mirada cálculo alguno sobre el valor en el mercado de mi Mustang V6 cupé, tampoco ningún ofrecimiento velado de «vamos a hacerlo en el asiento trasero». Era simplemente una observación objetiva porque, me gustara admitirlo o no, mi coche molaba un montón.

—Gracias —dije, poniendo la primera y arrancando.

—¿Cómo se llama la banda que vamos a ver? —preguntó mientras Deep Purple cantaba a través del iPod Cuando un hombre ciego llora.

—Ordnung.

—¿Como el libro de reglas Amish?

—Ajá.

—¿Y qué tocan? ¿Música religiosa?

—Metal alternativo con tendencia hacia el groove.

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