¿Qué te ata a Nueva York?

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Hugo

Father and Son de Cat Stevens sonaba en mi teléfono, lo que significaba que esa llamada tempranera que me sacaba de un sueño profundo e intranquilo era de mi tío

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Father and Son de Cat Stevens sonaba en mi teléfono, lo que significaba que esa llamada tempranera que me sacaba de un sueño profundo e intranquilo era de mi tío.

—John... —contesté con esa voz áspera de quien aún está dormido. Traté de estirarme en la cama, pero todos los músculos me dolían—. ¿No te parece que es un poco temprano?

—Son la diez de la mañana y no es tu tío. Es tu madre.

Al momento que escuché su voz me incorporé de golpe. Era como ser despertado por la mismísima parca.

—¿Por qué llamas desde ese teléfono?

—Porque si te llamo del mío no contestas.

Cierto. Cada vez que desde mi iPhone sonaba Master of Puppets de Metallica la llamada iba inmediatamente al buzón de voz y, si se dignaba a dejar un mensaje, era borrado inmediatamente sin ser escuchado.

—¿Qué quieres, Ana? ¿Pasó algo?

—¿Es que una madre no puede querer hablar con su único hijo?

—¿Una madre? Sí. ¿Tú? No tanto. Así que te repito la pregunta: ¿qué quieres?

—Tengo en mis manos el seguro de tu coche.

—¿Por qué? —pregunté suspicaz.

—Porque yo te lo compré y, en vista de que no has pagado el seguro, la compañía me contactó.

¡Mierda!

Tenía veinticinco años, vivía solo desde que fui mayor de edad y, aun así, ser agarrado en una falta por mi madre generaba nudos en mi estómago.

—Mándame los papeles. Lo pagaré la semana entrante.

—Ya hice el cheque.

—No lo hagas.

—Hagamos un trato.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Hacer un trato con ella era como pactar con el demonio. De cualquier forma salías jodido.

—Puedes tener los papeles y tu supuesta independencia si vienes a almorzar conmigo.

—¿Quieres que vaya a Nashville a comer pollo frito picante? —pregunté, tratando de ganar tiempo mientras mi cerebro se terminaba de despertar y daba con alguna manera de librarme de la red en la que yo solito me estaba revolcando.

—No seas tonto —se rio, y juro que para mí la risa de cualquier bruja de cuentos de hadas era más benévola—. Tu tío y yo estamos en Nueva York. Nos vemos en Keens a la una.

Y simplemente colgó.

Así eran las cosas con mi madre. Lo que quería lo conseguía. Con esas tácticas había pasado de cantar en bares a ser la diva del country.

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