Es mejor así

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Ana Julieta

La frase «partirle la cara» siempre me había parecido una exageración, una expresión prefabricada para explicar un deseo de hacer daño que nunca se concretaría

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La frase «partirle la cara» siempre me había parecido una exageración, una expresión prefabricada para explicar un deseo de hacer daño que nunca se concretaría. Tras los últimos acontecimientos, quedaba claro que asumir cosas sin pruebas de respaldo era malo. Eso era lo que separaba a los científicos de los filósofos.

¡Hugo le había quebrado la mandíbula a ese sujeto! Hasta yo escuché el traquido desde donde estaba, y no había nada filosófico sobre ese hecho.

Luego todo el lugar se convirtió en un ring de boxeo.

Otro tipo caminaba hacia Hugo con uno de esos palos de billar en la mano y Bruno le saltó encima. Alcancé a ver a Rafa agarrar por el cuello a alguien que también pretendía inmiscuirse, para luego lanzarlo al piso.

Era muy diferente ver una pelea en un bar por televisión a estar tan cerca de ella que podías oler el sudor, la sangre e incluso la violencia. En la pantalla todo es ordenado, coreografiado; en la vida real solo es salvaje. Nick vino a mi rescate cuando estaba tratando de fundirme con la pared más cercana para evitar ser el blanco de un puñetazo lanzado en la dirección errónea, y me sacó del bar.

El cambio de temperatura y la relativa quietud del exterior hicieron que me subiera aun más la adrenalina y todo comenzara a darme vueltas.

De haber sabido que la noche iba a terminar de esa manera ni siquiera me habría acercado a la botella de vodka.

Necesitaba pensar, ordenar ideas, encontrarle un sentido racional a la irracionalidad que había dejado atrás, pero mis pensamientos eran una masa nebulosa cuyas formas no terminaban de concretarse y se quedaban en la mera insinuación.

Con Nick sujetándome por el codo llegamos hasta el coche de Hugo y, a pesar de que esperaba algún tipo de comentario, o al menos una broma que aligerara la tensión, él simplemente se recostó en una de las puertas, cruzó las piernas a la altura de los tobillos y encendió un cigarrillo, tal y como si estuviéramos en el aparcamiento de una gasolinera esperando que el resto de Ares y Bruno salieran del baño o algo así.

No me quedó otra que imitarlo: ahora que Nick no me sujetaba, el suelo parecía estar hecho de goma espuma, por lo que no era aconsejable estar caminando de un lado al otro. Además, y aunque no tenía nada que ver con mi equilibrio, mis encías estaban adormecidas y el hecho era perturbador.

No sé con exactitud si fueron pocos o muchos minutos después cuando Hugo y el resto de los chicos salieron en perfecta formación de triángulo por la puerta del bar. En ese momento, y por alguna razón desconocida, mi mente comenzó a tocar el tema de una película de vaqueros e imaginé unas bolas de paja volando por el aparcamiento. Tuve que reprimir el impulso de soltar la carcajada.

De veras, no había nada por lo que reírse. El cuello de la camiseta de Bruno estaba todo estirado y las marcas en su piel estaban allí para demostrar cómo la prenda había llegado a estar en esa condición; además tenía restos de sangre en la nariz, probablemente alguien había tirado de la argolla que le atravesaba ambos orificios nasales. Rafa, por su parte, tenía un corte más abajo del pómulo y los picos de su cresta, que nunca perdían la forma, apuntaban en todas direcciones.

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