ANA JULIETA
Terminé de colocar los libros en los anaqueles y volví a echarle una ojeada al teléfono por enésima vez en el día. Era extraño no saber de Hugo. Desde que me dejó en la universidad en la mañana no había recibido ni un mensaje, mucho menos una llamada. Tampoco había estado muy comunicativo en el trayecto, ni después de la intensa sesión sobre el sofá.
Se había retirado a un lugar que yo desconocía, sacando a flote una nueva faceta: un Hugo callado y meditabundo, impenetrable y un poco oscuro. Quería comenzar a tocar esa puerta tras la cual se escondía, darle patadas y gritar desde afuera para que me dejara entrar, más cuando mi intuición me decía que esta situación tenía que ver con la aparición de Eva, y esa aparición era del tipo que lo cambia todo.
Había intentado indagar más sobre ella en internet, pero no encontré nada particularmente sórdido o tenebroso, salvo el usual comportamiento de una importante estrella de rock. Tampoco encontré nada que la relacionara con Hugo, pero me había dado una vibra extraña cuando la vi en Improvisación, y si a eso le sumábamos el errático comportamiento de Hugo.
Eva era una especie de virus que se había colado en el sistema linfático de nuestra armoniosa existencia y los síntomas se estaban empezando a notar. La cuestión era que, al no saber exactamente cuál era la enfermedad, no podía aplicar el antibiótico adecuado. Claro que había una opción, una explicación que resaltaba en el fondo de mi mente como un anuncio luminoso, pero no me sentía capaz de afrontarla.
—Ana Julieta —la voz del señor García me sacó de mis muy destructivas y poco prácticas cavilaciones—, Hugo está aquí.
Decidí atenerme a mi modus operandi usual: si había algo que no entendía, lo mejor era preguntar. A fin de cuentas, la fuente de información primaria compartía la cama conmigo al menos cuatro días a la semana.
Salí de mi escondite, justo detrás de la sección de Mitología y Religión, aun debatiendo si utilizar un enfoque directo o uno solapado.
Hugo estaba apoyado en el mostrador conversando educadamente con el señor García mientras Ely revoloteaba a su alrededor. Él era el único que lograba que mi compañera de trabajo no pareciese a punto de asesinar a aquel que osara dirigirle la palabra.
—¡Hola! —dije para llamar su atención con la mejor sonrisa de mi arsenal.
Hugo intentó sonreír, pero solo le salió una mueca que no era, ni de lejos, su mejor intento.
—¿Ya terminaste?
—Sí. Déjame ir por mis cosas.
Fui a la trastienda por mi bolso y, una vez que regresé, Hugo me lo arrebató de las manos y se lo pasó por la cabeza. Con esa misma ausencia, que lo hacía parecer más una sombra dibujada a lápiz que una forma sólida y viviente y que le impedía siquiera tocarme, me siguió afuera. El Mustang estaba aparcado justo frente a la tienda. Me abrió la puerta sin mirarme y, en cuanto nos pusimos en marcha, ya el silencio era mucho más ruidoso que una presentación de Ordnung.
—Nunca se me había ocurrido —comencé con el tono más desapegado del que fui capaz—, pero me parece que el nombre perfecto para un elefante sería... Eva.
—¿Qué? —Hugo volteó a verme con una expresión digna de foto.
—Ojos en la vía, señor conductor —dije, señalando el punto en cuestión—, y estoy hablando del enorme elefante rockero que está ahora sentado en este coche.
—Ahora no, Ana Julieta, por favor, tengo mucho en qué pensar.
—Un sujeto de muy buen ver me dijo una vez que yo era la mujer más inteligente que había conocido, y, créeme, él conoce muchas mujeres todos los días.
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Un Libro para Hugo
RomanceAdaptación de Un Libro para Cash de Erika Fiorucci. Ana Julieta quiere probar lo que Hugo le puede ofrecer, entiende que está a punto de perder el control. ¿Y si eso fuera justamente lo que le conviene? ¿Hasta qué punto puede una joven dejarse ir s...