Capítulo 19. El pasado siempre vuelve

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El vaivén de Regina, deambulando de un lado para otro de la habitación, empezaba a resultarle tan hipnótico como preocupante. Desde que habían despertado que la morena estaba inquieta, con el rostro desencajado y pegada al teléfono. Según le hizo saber, toda esa inestabilidad se debía al estado de salud de su jefe. Tenía un mensaje en el buzón de voz del personal del hospital informándole de que el señor Mills se encontraba en una situación de riesgo sin precedentes, pero cuando había intentado contactarles de vuelta no había obtenido respuesta. Y ya iban más de veinte intentos.

Regina resopló, lanzando el teléfono al colchón y dejó escapar una serie de insultos. Emma apretó los labios y frotó las manos contra las rodillas. Quería hacer algo por ella, consolarla de algún modo, pero no se le ocurría qué decir.

—Debo ir a Boston de inmediato —comentó la mujer tras una expiración pausada.

—Será lo mejor —coincidió ella.

La morena ni siquiera la miraba al hablar, y las piernas le temblaban casi tanto como los labios. Emma se puso en pie y caminó hacia ella, sujetándole las manos. Al sentir su tacto, Regina alzó la vista y la rubia pudo ver lo vidriosa que estaba su mirada. Tenía los ojos enrojecidos y las bolsas algo hinchadas. Sabía que no le iba a hacer ningún bien reprimirse, así que le sonrió con dulzura y tiró de sus manos hacia ella, envolviéndola en un abrazo.

—Quiero que sepas que estaré aquí esperándote —le susurró. Los brazos de la mujer se cernieron alrededor de su cintura y la estrechó con fuerza.

—Gracias —musitó, la voz rota.

Sintió el rostro de Regina hundirse en su hombro y un pesado suspiro rozarle la piel.

—Lo último que quería era irme precisamente ahora... —añadió, en un tono más bajo.

Y, de un modo egoísta, ella pensó exactamente lo mismo. No es que no le importara el estado de salud de Henry Mills, pues sabía que era alguien cercano en la vida de Regina. Sin embargo, tras haber aclarado sus sentimientos y haber tomado una decisión, creyó que podría pasar más tiempo con ella y esa nueva noticia pesaba como una losa a sus espaldas. «Tienes que ser paciente, Emma Swan. Ahora no es momento para eso», se recriminó con un bufido de hastío para sí misma.

—¿Estás bien? —preguntó la morena. El rostro, aún apoyado en sus hombros, estaba algo ladeado y sus ojos la observaban con detenimiento.

—S-sí —titubeó.

Pese a que ya habían intimado (en cierta manera) y que no era la primera vez que tenía los labios de Regina tan cerca, no pudo evitar ponerse algo tensa por su proximidad. Apartó la vista, consciente de lo mucho que empezaban a arderle las mejillas.

—¿Y por qué no me miras? —siseó, la voz juguetona.

—Ya sabes por qué, idiota —rugió Emma, rodando los ojos.

Regina rió como respuesta y eso sólo la enervó aún más. No obstante, le alegró oír el sonido de su risa, así que no le importó demasiado ser motivo de burla si aquella era la recompensa. Tras su carcajada, la morena le dio un beso en la mejilla.

—Te compensaré por mis bromas a la vuelta —susurró, volviendo a besarla, esta vez cerca del lóbulo. La piel se le erizó al instante.

—Eres horrible... —murmuró en un jadeo ahogado.

—Lo sé, por eso estoy inmensamente agradecida de tenerte —replicó ella.

Pese a la amplia sonrisa que adornaba sus labios, había cierto vacío en su mirada. Emma sintió un pellizco de culpa en el estómago. Era más que evidente que la morena estaba forzando aquella imagen de aparente tranquilidad, enterrando su dolor, para no preocuparla. ¿Cuánto tiempo podría seguir reprimiéndose? Sin pensarlo demasiado, las manos le treparon hasta dar con sus mejillas y se acercó para besarla. Al principio la mujer la recibió con cierta sorpresa, pero enseguida sus labios se acostumbraron al contacto y devolvió el beso con intensidad.

Hasta saldar la deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora