El silencio se había adueñado de la habitación. Regina estaba sentada en una butaca junto a la cama de Henry, observándole mientras dormía. El hombre había conseguido descansar, al fin, tras una larga intervención quirúrgica y estaba tumbado entre los mullidos cojines que ella misma le había comprado pocas horas antes. Y es que, con los nervios de la espera, había tenido que buscar algo en lo que ocupar su mente mientras no tenía noticias sobre el estado de la operación. Ella, Sam y Nigel, recorrieron las calles de Boston en busca de cojines y mantas para Henry. Lo último que le había dicho su jefe, segundos antes de que cruzara las puertas de quirófano en su camilla, fue que echaba de menos la comodidad de su propia casa.
Regina era consciente de que no podía volver, al menos no por ahora, pero precisamente por eso estaba decidida en hacer su estancia en el hospital lo más placentera posible. Y a juzgar por lo cómodo que parecía dormir, creía haberlo conseguido. Le echó un largo vistazo, el corazón encogiéndosele en el pecho. La bata del hospital se le abría a la altura del cuello, dejando al descubierto la extrema delgadez que se había adueñado de su cuerpo. Clavículas y esternón pronunciados, como si la piel y el músculo fueran una mera sábana con la que tapar sus huesos. Suspiró, alargando la mano hasta dar con la suya. Estaba fría.
—¿Regina? —murmuró él, revolviéndose entre las mantas. Parpadeó un par de veces, torciendo los labios mientras sus ojos intentaban adaptarse a la luz del cuarto.
—Estoy aquí —le respondió.
—¿Cuánto rato he dormido? —preguntó, frotándose los ojos con la manga de su bata. Ella sonrió al verle, pues ese era un gesto que Emma también solía hacer a menudo.
—Sólo un par de horas. Deberías descansar más.
—En mi estado lo último que me apetece es ponerme a descansar o dormir —bufó, el rostro pálido—. Tengo miedo de que al cerrar los ojos, ya no vaya a volver a abrirlos. Sé que debería estar preparado y afrontar esto con entereza, pero después de hoy... —calló, tragándose las palabras.
—Henry, no digas eso. Saldremos de esta juntos, como siempre hemos hecho —cerró los dedos con fuerza alrededor de su mano y le sonrió. Los ojos le escocían, pero sabía que no debía llorar. Al menos no en ese momento.
—¿Emma y tú estáis bien? —dijo él, en un intento de cambiar de conversación—. Me dijiste que ahora compartís piso. Si se parece a mí, me extraña que no os hayáis matado todavía —rió y al segundo empezó a toser. Regina se incorporó de inmediato y le ayudó a ponerse de lado. Él atemperó la respiración y se dejó caer sobre los cojines, suspirando—. Gracias.
Ella asintió y volvió a sentarse en la butaca. Le dolía verle así. Quería gritar, llorar o simplemente ser abrazada de nuevo por Emma. «Tienes que ser fuerte», se recordó.
—Todo va bien, Henry. Desde que le preparo yo la comida que creo (a no ser que esa niña me esté engañando) que come adecuadamente. Nada de fast food o bocadillos a diestro y siniestro. Si hubieras visto lo que tenía en la nevera de su anterior apartamento te habrías llevado las manos a la cabeza... No me extrañaría nada que hubiera estado alimentándose a base de bolsitas de ketchup.
—Bueno, bueno... menos mal que te tiene a ti como su chef particular —bromeó él, sus labios dibujando una sonrisilla.
—¿La verdad? Últimamente parece que sólo me quiera para eso... —resopló, echándose hacia el respaldo de la butaca—. Casi no la veo y lleva días que parece que me evite. Vuelve a casa tarde y se va cada vez más temprano. Con decirte que en estas semanas me habré cruzado con ella sólo dos o tres veces, te lo digo todo.
—¿Ha pasado algo?
—Sólo lo que te conté... le expliqué el origen de nuestra relación, nada más. ¿Crees que se ha alejado de mí por eso?
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Hasta saldar la deuda
Romance[COMPLETA] Un millón de dólares. Ese es el total al que asciende la deuda de Emma Swan, una joven camarera. Las malas decisiones de su padre y la presión de las deudas acumuladas la empujarán a cerrar un trato que jamás habría llegado a imaginar con...