Capítulo 16. Antes y después

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La mejilla le ardía, pero no se quejó. No dijo, ni hizo nada. Ni siquiera se sorprendió al recibir la bofetada de Emma. Regina tenía claro que se la merecía. A fin de cuentas, la había besado sin permiso, dejándose llevar por un impulso estúpido y la falsa idea de que sería correspondido. Claramente, estaba equivocada.

El aire en aquel cuarto, tan pequeño que resultaba irrisorio, se le antojaba de lo más viciado. Alzó la vista, varios mechones de cabello cayéndole por la cara, y se encontró de bruces con los ojos horrorizados de la rubia. Tenía la respiración acelerada y parecía estar teniendo algún tipo de conflicto en su interior por el modo en el que fruncía el ceño. «Se acabó, después de esto no volverás a verla más», pensó mientras cerraba los puños con impotencia. Y lo peor de todo era que no se arrepentía de lo que había hecho. Con el sabor de los labios de Emma aún sobre los suyos, se encontró a sí misma admitiendo que si tuviera la ocasión, habría hecho exactamente lo mismo sólo por poder probarlos. A pesar de las consecuencias, a pesar de la quemazón en su mejilla.

La rubia debió adivinar sus obscenos pensamientos porque se dirigió hacia ella con un paso sorprendentemente decidido. Regina cerró los ojos, esperando recibir una nueva bofetada, pero en su lugar dio un respingo al notar cómo las manos de Emma se cernían en su barbilla. La atrajo hacia ella y la besó. No fue un beso tierno o delicado como el que ella le había dado, sino más bien todo lo contrario. Era desesperado y brusco. La morena abrió los ojos, con una mezcla de confusión y cierto tambaleo en el cuerpo, como si necesitara comprobar que aquello estaba ocurriendo de verdad. La suavidad de los labios de Emma contra los suyos, el calor que desprendía su cuerpo y lo agitada que podía oír su respiración. Todo eso era cierto.

Con el corazón atronándole en el pecho, Regina le correspondió el beso, sin poder evitar una sonrisa de satisfacción. Deslizó las manos por el cuerpo de la rubia hasta alcanzar las caderas y hundió los dedos en el tejido de sus pantalones, empujándola hasta que dio contra una de las estanterías. Emma gimió y aquel sonido le recorrió la columna vertebral, como una especie de corriente eléctrica. Estaba a punto de perder la cabeza. Aumentó la intensidad de sus besos al dejar que las lenguas traspasaran la frontera de los labios, hambrientas tras todo el deseo que había acumulado, toda aquella frustración que la invadía desde hacía meses. Las manos treparon por su cuerpo y repasaron su contorno, mientras las de la rubia se revolvían en su pelo o se aferraban a su espalda. Ambas, jadeantes, lo único que querían era sentir aún más a la otra. Por eso, cuando Regina rodó hacia su cuello, la rubia echó la cabeza hacia atrás con un suspiro ahogado. Ella lo lamió con la punta de la lengua de abajo arriba y después lo besó a la inversa. Le divertía sentir que la piel de aquella muchacha se erizaba a su paso, así que cuando volvió a la calidez de su boca lo hizo con una nueva sonrisa. Emma la recibió con apuro, extendiendo los brazos sobre sus hombros y fundiéndose en un beso de lo más apasionado. Una parte de ella deseaba que aquel momento no terminara nunca, pero para su desgracia el sonido del golpeteo en la puerta de la trastienda hizo que ambas se detuvieran de inmediato.

Pararon, sin aliento y con la mirada de dos adolescentes a las que habían descubierto en mitad de algo que no deberían estar haciendo. Emma parpadeó y carraspeó un poco, apartándose de ella con delicadeza mientras se azuzaba el cabello. Regina hizo lo propio.

—Está abierto —anunció la rubia.

El mango de la puerta viró y por ella apareció Mary. La joven llevaba el pelo recogido en una pequeña trenza, pero con varios mechones sueltos que iban completamente a su aire, y el uniforme del Lumiere. Les echó un largo vistazo, alzó las cejas y frunció los labios mal disimulando una sonrisilla.

—El señor White está preguntando por ti, deberías volver ya. Claire empieza a quejarse de estar en la barra —explicó, apoyada en el marco de la entrada—. Por cierto... Hola, Regina —la saludó.

Hasta saldar la deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora