Capítulo 2. El contrato

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El traqueteo del coche la obligó a despertarse. Y no fue un despertar dulce, no. Su cabeza golpeó el frío cristal de la ventanilla y sintió la sacudida recorrerle la frente. Regina renegó entre dientes y se despegó de la puerta del vehículo, enderezándose en el asiento. Tenía el cuello engarrotado y le palpitaba la cabeza. ¿Cuánto rato había dormido? Se acarició los párpados con la yema de los dedos, meditativa. No estaba segura de si el golpe le dejaría marca o tan solo una leve rojez, pero lo que más le preocupaba era que alguien la hubiera visto. A fin de cuentas, ella tenía una imagen que se suponía que debía preservar. Echó un rápido vistazo a su alrededor y se dio de bruces con el mismo vacío al que ya estaba acostumbrada. En la parte trasera de su Range Rover no había nadie, como de costumbre, y tampoco le dio la impresión de que Sam o Nigel la hubieran visto a través del retrovisor.

Respiró, aliviada, y rebuscó en su bolso hasta dar con su paquete de Marlboro. Ese pequeño momento de inquietud la había alterado y su cuerpo le pedía a gritos un cigarrillo. Lo prendió, dándole una firme calada, y relajó el cuerpo en cuanto sintió su amargor. Era un mal hábito, lo sabía, pero no estaba preparada para desprenderse de esa sensación. Al menos no todavía.

Sus dedos pulsaron el botón para bajar la ventanilla y una corriente de aire entró, amenazando con apagarle el cigarro. Ella alzó la mano, protegiendo la débil llama, y subió un par de centímetros más el cristal del vehículo.

—¿Todo bien, señorita Mills? —preguntó Sam, mirándola a través del retrovisor.

—Sí, sí. Necesitaba algo de aire para no llenar todo esto de humo —se apresuró a aclarar, golpeando el cigarrillo para que las colillas cayeran a través de la ventanilla.

—¿Está segura de que no prefiere que la llevemos a casa? Podríamos aplazar la cita a mañana.

Podía ver sus ojos viajar de la carretera a ella en un vaivén constante, algo que la hacía sentir ligeramente incómoda. ¿No se suponía que debía centrarse en estar conduciendo? Torció los labios.

—Esta es la última de mis visitas del día. Además, soy una persona de palabra y siempre cumplo con lo que prometo. Le dije a aquella cría que hoy pasaría a llevarle el contrato y eso voy a hacer —expuso, volviendo a llevarse el cigarrillo a los labios—. Oh, y Sam... No vuelvas a despegar los ojos de la carretera —añadió.

Él asintió con el rostro sombrío, en contraste con el alegre temple de Nigel. El pelirrojo estaba cruzado de brazos en silencio, pero podía ver claramente a través del espejo cómo apretaba los labios en un intento de contener la risa. Un gesto que Sam tampoco había pasado por alto. Tenía las orejas enrojecidas y estaba murmurándole algo a su compañero, probablemente algún insulto. Suspiró. Ambos eran como niños pequeños, siempre metiéndose el uno con el otro. La gente tenía tendencia a juzgarles por su apariencia imponente, pero Regina sabía que no eran más que un par de blandos. Aunque lo prefería de ese modo, pues el carácter benevolente de esos dos le servía para acabar saliéndose siempre con la suya.

La voz del GPS hizo que se sobresaltara, avisándoles de que pronto llegarían a su destino. Exhaló una bocanada de humo, acercándose a la ventana. En el exterior pudo ver que cielo ya había oscurecido, pero los cientos de luces de la ciudad le impedían contemplar las estrellas. Chasqueó la lengua. Por más que Nueva York le gustara, odiaba toda esa contaminación lumínica.

Sostuvo el cigarrillo entre los labios y volvió a buscar en el bolso hasta dar con su teléfono móvil. La cantidad de notificaciones pendientes le revolvió el estómago. «¿Conseguiré llevarlo todo al día alguna vez?», se rascó la nuca y desbloqueó el dispositivo.

Apenas llevaba mirando la pantalla un par de minutos que ya sentía cómo los párpados le pesaban. No pudo reprimir un bostezo. Hacía días que no conseguía pegar ojo y ahora la falta de sueño amenazaba con convertirla en una especie de muerto viviente. Se odiaba a sí misma cuando estaba así, tan cansada que no podía ni mantener los ojos abiertos. Sin embargo, no podía permitirse tomar ni un respiro, no en esa situación. «Si tan sólo pudiera dormir por las noches...», se mordió el labio.

Hasta saldar la deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora