El silencio estaba a punto de asfixiarla. Sentía que no le llegaba suficiente oxígeno a los pulmones y su esternón amenazaba con explotar de un momento a otro, saliéndole disparado del pecho. Sonrió tímidamente al camarero que, por enésima vez, ojeaba su mesa y hundió la cara en la carta del menú. Ella había llegado a tiempo, puntual, pero su acompañante parecía haberse entretenido de camino. «Maldita sea, pienso hablar muy seriamente con Mary después de esto», se frotó los párpados con hastío y dejó escapar un suspiro.
La muchacha había amañado una cita a sus espaldas, así que en cierto modo Neal no había estado errado al preguntarle por ello el otro día. Resopló, rememorando lo ocurrido. La tarde del partido de los Giants también había sido la tarde en la que su vida había dado un nuevo giro. En esos momentos se enfrentaba a la disyuntiva de si debía (o no) mudarse de piso.
Sacó el teléfono del bolso y abrió la aplicación de servicios. Como empezaba a ser costumbre, seguía sin ningún tipo de cometido nuevo. Sin noticias de ella. Frunció los labios. La mujer la sacaba de quicio, con esa altanería y prepotencia que se gastaba, así que... ¿Por qué se estaba planteando siquiera tenerla como compañera de piso? Debería haberle dicho que no rotundamente. Y, sin embargo, allí estaba: Deslizando el dedo de arriba abajo por la pantalla del dispositivo, jugueteando con la aplicación y planteándose seriamente vivir con ella.
Sus deudas no incrementarían, eso era cierto, pero no podía evitar sentir que ese paso acabaría arrastrándola a un punto de no retorno. Su libertad, su autonomía, prácticamente todo su ser quedaría aún más vinculado a los caprichos de esa mujer. «Tienes que admitir que no se ha comportado mal contigo», se dijo en un intento de consolarse. No obstante, que no lo hubiera hecho en el pasado no le garantizaba que no lo hiciera en un futuro. ¿Y qué sería de ella entonces? El corazón empezó a martillearle con fuerza en el pecho, así que guardó el teléfono y miró a su alrededor, buscando distraerse.
El restaurante era bastante pequeño, tal vez unos diez o doce metros cuadrados menos que el Lumiere, pero estaba exquisitamente decorado. Las paredes del salón estaban recubiertas de una madera de roble oscura como el carbón que llegaba a media altura y el resto estaba pintado en un blanco amarfilado. Colgados en esa parte superior había retratos en blanco y negro, enmarcados en tonos dorados que combinaban con el color de las lámparas que caían del techo en cascada. El suelo por el que se paseaban los camareros era de la misma madera que había en la pared y las butacas y sillas estaban tapizadas de una tela suave como el algodón.
Emma suspiró, volviendo a esconderse tras el menú al ver cómo una pareja a un par de mesas a su izquierda la observaba y murmuraban entre sí. No podía culparlos. Estaba segura de que incluso las servilletas de seda que había sobre la mesa costaban más que la mitad de su alquiler del mes. Todo lo que había a su alrededor era sofisticado, elegante y lujoso.
Y ella estaba fuera de lugar.
—Lamento haberte hecho esperar —dijo una voz a sus espaldas. Al voltearse, la recibió la encantadora sonrisa de Graham.
El castaño vestía más elegante que de costumbre, con un pantalón de pinzas grisáceo y una camisa negra, cubierta por una americana lisa del mismo tono. Incluso parecía que se había peinado a consciencia esa melena ondulada que siempre llevaba de un modo desenfadado. Dio un par de pasos y se sentó en la silla de enfrente.
—¿Llevas mucho rato aquí? —preguntó, las cejas arqueadas.
—Bastante —exageró ella—. No sé qué tipo de persona le pide una cita a otra para luego acabar llegando casi quince minutos tarde.
—Tienes toda la razón, no tengo excusa. Me entretuve antes de llegar porque quería pasar a recoger algo —explicó, rebuscando en el bolsillo de su chaqueta.
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Hasta saldar la deuda
Romance[COMPLETA] Un millón de dólares. Ese es el total al que asciende la deuda de Emma Swan, una joven camarera. Las malas decisiones de su padre y la presión de las deudas acumuladas la empujarán a cerrar un trato que jamás habría llegado a imaginar con...