Las hojas de los sauces y robles que flanqueaban el lugar temblaron al aullido del viento y una nueva ráfaga helada sacudió sus huesos, haciéndola estremecer. Regina llevaba varios minutos forzando la vista hacia el gris del cielo, contemplando su inmensidad a través de unas gafas de sol de cristal grueso. Los ojos le dolían y sentía las bolsas hinchadas por las innumerables horas que había pasado llorando, pero aún y así no podía evitar continuar haciéndolo.
El cigarrillo sin encender que sujetaba entre sus dedos tiritó y ella apretó los carrillos, tensando los músculos de la mandíbula. Pese a todas sus promesas y a la esperanza que (hasta el último día) había albergado, no había llegado a tiempo. Todos los recuerdos de la vida junto a Henry le embotaban la cabeza, superponiéndose unos a otros como centenares de capas de una misma imagen. Y, entre todos, una pregunta: ¿Realmente había hecho suficiente por salvarle?
Cerró los puños, deshaciendo el cigarrillo a pedazos. La impotencia rivalizaba con el dolor y el dolor amenazaba con destrozarla.
Hacía varias horas que todos se habían ido. Incluso Nigel y Sam decidieron darle algo de espacio y volver al coche, donde la estaban esperando. Regina ya lo sabía, sabía que debía ir con ellos... pero no podía. Sus pies se habían quedado bloqueados en aquel pedazo de tierra y hierba, frente a una lápida resplandecientemente nueva en la que podía leer: «No llores por mi ausencia, sonríe por mi recuerdo -Henry Mills 1945–2015».
Cuando sus ojos bajaron al encuentro del epitafio, ahogó un jadeo. El pecho se le encogió, atravesado por un fuerte pinchazo, y se llevó la mano al corazón. Presionó con fuerza mientras se mordía los labios. Un líquido de regusto metálico estalló en su boca, pero la culpa no cedió ni cuando las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas, como ríos de pena que Regina dejó fluir a sus anchas. «Podría haber hecho más», respondió a su pregunta y esas palabras se convirtieron en una losa que cayó sobre sus hombros.
—Señorita Mills —una voz áspera sonó a sus espaldas y ella se enjuagó los ojos antes de voltearse. Sabía quién la llamaba, el abogado de la compañía, el señor Thomas.
El hombre se había acercado a ella con sigilo, probablemente temiendo interrumpirla por lo vacilante de su mirada. Él era quien estaba al frente del departamento legal de Big Data Enterprise desde hacía más de veinte años. Henry le consideraba casi como un hermano y era de las pocas personas a la que había permitido estar a su lado hasta el final.
Thomas era bastante bajito y encorvado. Desde que le conocía que el hombre pecaba de tener poco pelo, por lo que era bastante habitual verle llevando algún sombrero tipo fedora. En aquella ocasión se había decantado por uno en tonalidades antracita, al igual que su traje, y con una cinta de un gris más claro.
—¿Qué ocurre, Thomas? —preguntó ella, aclarándose la garganta.
Él dio un toquecito a sus gafas de pasta azul marino con el dedo índice para enderezarlas y frunció los labios. Tal parecía que estuviera meditando cómo afrontar la conversación.
—Sé que es un momento delicado para usted, pero tenemos varios asuntos que discutir con presteza. Entre ellos está aquel que involucra el testamento del señor Mills, cuya principal beneficiaria es usted —puntualizó, el tono comedido y las manos titubeantes—, p-pero que también cuenta con una segunda heredera... Me preguntaba si debería ponerme en contacto con la señorita Sw-...
—No —le interrumpió, tajante—. Al menos no hasta que yo se lo haya comunicado primero, Thomas —matizó.
Con todo lo ocurrido, aún no había pensado en cómo enfrentaría a Emma con la verdad. Ni siquiera tenía claro si ella misma la había asimilado aún, así que... ¿Qué le diría? ¿De qué modo lo haría? ¿Cómo reaccionaría ella? Sintió un escalofrío. Le aterraba conocer la respuesta a esas preguntas.
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Hasta saldar la deuda
Romance[COMPLETA] Un millón de dólares. Ese es el total al que asciende la deuda de Emma Swan, una joven camarera. Las malas decisiones de su padre y la presión de las deudas acumuladas la empujarán a cerrar un trato que jamás habría llegado a imaginar con...