Capítulo 9. El plato de noodles

2.8K 239 52
                                    

Olía a café recién molido. La máquina silbó y el motor que hacía girar las cuchillas se detuvo, preparándose para calentar el agua del depósito. Emma sujetó el mango, cerniéndolo en su sitio, y esperó a que el artilugio obrara su magia. Un par de segundos después, un fino hilo amarronado empezó a descender por los conductos y a precipitarse en la taza. El vapor emanaba de la bebida caliente y ella cerró los ojos, inspirando profundamente para que el aroma le llenara los pulmones. Dejó la taza sobre la bandeja de metal, junto al resto de sus hermanas. En total había dos espressos, un cortado y un latte.

Mary la aguardaba al otro lado de la barra del Lumiere, expectante. Los de la mesa diecinueve ya habían terminado de comer y ahora esperaban por sus cafés, así que su amiga estaba pendiente de que ella terminara de colocarlo todo para poder servirles. Aquel día había decidido recogerse el cabello, ya de por sí corto, en un moño que a duras penas conseguía quedarse en su sitio. Emma le acercó la bandeja y Mary se apresuró a sujetarla por los extremos.

—Gracias —le dijo—. Tengo unas ganas de perder a esos sujetos de vista que ni te imaginas... ¿te puedes creer que me han preguntado (no una, sino tres veces) si estaba soltera? ¡Por el amor de dios, si podría ser su hija! —se quejó en un murmuro airado.

—Paciencia, piensa que en cuanto se tomen el café se marcharán —la consoló ella.

—Para ti es muy sencillo decirlo, sólo te ocupas de la barra y aquí se suelen sentar los chicos jóvenes y atractivos —hizo una pausa, mirando a ambos lados y se le acercó—. Como tu querido Graham —añadió, ladeando una sonrisilla.

—¡Mary! —abrió los ojos, señalando con la cabeza el despacho del señor White, y frunció los labios—. No hables de eso en el trabajo, podrían oírte.

—Perdón, perdón —se disculpó, risueña—. Esta tarde quedamos en tu casa, ¿no? Llevo días sin verte el pelo fuera del trabajo, así que ni se te ocurra volver a cancelarme el plan, ¿me oyes?

Emma asintió. La morena tenía razón al hablarle así, pues había pasado bastante desde la última vez que quedaron y eso era raro en ellas. Acostumbraban a verse seguido, bien en alguna cafetería, dando una vuelta por Central Park o en casa de la rubia, cuartel general de sus muchas «citas de cotilleo». Sin embargo, desde hacía ya varios días que la esquivaba cuando le proponía algo que hacer e inventaba alguna excusa para no verla.

Un pellizco de culpa le revolvió el estómago. Sabía que estaba evitando tener cierta conversación con ella. Y es que además de su incipiente relación con Graham, estaba segura de que habría otro tema que saldría a flote en la conversación. Uno en el que no quería profundizar y que ella misma había estado posponiendo hasta el último día.

«Hoy hace una semana desde que se fue, hoy debería darle mi respuesta», suspiró, encogiéndose hasta que sus codos tocaron el mármol de la barra.

—Emma, ¿estás b-... —Mary dio un respingo, interrumpiendo su pregunta y la bandeja titiló en sus manos.

No fue hasta que la rubia alzó la vista que supo el porqué. El señor White las observaba, apoyado en el marco de la puerta que separaba el recinto principal de la trastienda y la cocina. Tenía el ceño fruncido, acentuado por sus espesas cejas, y el labio torcido en una mueca. Probablemente ambas recibirían otra de sus charlas al acabar la jornada.

—Hablamos luego —se despidió su amiga, el rostro pálido.

Emma estaba más que acostumbrada a los toques de atención del señor White, pero para Mary era algo nuevo. Se inclinó hacia delante, soportando el peso del cuerpo en el codo izquierdo, y le dio una palmadita en la espalda con la mano derecha.

Hasta saldar la deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora