Epílogo

3.1K 223 30
                                    

UN AÑO DESPUÉS

El día se le había hecho eterno. Sentía los hombros cargados y la cabeza algo embotada por las largas horas de trabajo. Tanto ella como Thomas llevaban ya varios meses preparándose para lo que les depararía la próxima junta de socios. Y algo le decía que sería la definitiva.

Desde el fallecimiento de Henry, Regina había estado al cargo de Big Data Enterprise como presidenta en funciones, pero la presión de varios de los accionistas (en especial aquellos vinculados a la rama europea de la compañía) amenazaba con desestabilizar su posición. Por ello, debía reclamar esa presidencia como algo definitivo y contar con el apoyo suficiente para llevarlo a cabo. «¡Agh! Todo sería más sencillo si ella estuviera aquí...», se mordió el labio y cerró el puño.

La imagen de Emma volvió a cruzar su mente y con ella el habitual dolor punzante que acompañaba su pérdida. Había intentado encontrarla, del mismo modo que lo hizo la primera vez cuando Henry le pidió que diera con ella, pero todos sus intentos habían sido en vano. Bien parecía que la rubia hubiera borrado su rastro de la faz de la tierra. Puede que el dinero ayudara a ocultarse, ¿pero de ese modo? Frotó su frente con la yema de los dedos, suspirando.

No veía a Emma como alguien capaz de desaparecer sin más. Incluso sus mejores amigos desconocían (o mentían demasiado bien al respecto, a juzgar por lo sinceras que le parecieron sus reacciones) su paradero. Mary llegó a decirle que, si la encontraba, debía abofetearla de su parte.

Rebuscó en el interior del bolsillo de su chaquetón hasta dar con un paquete de Marlboro. Pensar en ella siempre hacía que los nervios se le dispararan, así que necesitaba un cigarrillo. No obstante, y muy a su pesar, el paquete estaba vacío. Bufó, lanzándolo a la papelera y caminó hacia el escritorio.

«Juraría que tenía que haber un par por aquí...», pensó mientras abría uno a uno los cajones de aluminio de su mesa. Al tirar del último, un pequeño pendrive rebotó por sus paredes y ella sintió una mano retorcerle el estómago. Pertenecía a Henry y Regina, incapaz de afrontar lo que fuera que albergase, lo había escondido en lo más profundo del cajón a la espera de encontrar las fuerzas necesarias para investigar su contenido. Lo sujetó con cautela, como si temiera romperlo, y cerró el cajón. Ya ni recordaba que el motivo de haberlo abierto era encontrar un paquete de cigarrillos.

Dejó el dispositivo sobre el escritorio y lo observó unos segundos, el ritmo de su corazón galopándole por la garganta. ¿Qué debía hacer? ¿Ya estaba preparada? Tragó saliva y con los dedos temblorosos se dispuso a conectarlo en su ordenador portátil. El sistema lo reconoció al instante, con un característico pitido, y ella accedió al disco.

Había varios tipos de archivos, desde documentos hasta imágenes. Leyó con avidez los títulos conforme deslizaba la ruedecilla del ratón hacia abajo: Henry había recopilado muchísima información acerca de las actividades de la sede europea, además de haber guardado todos y cada uno de los chantajes a los que Mayka le tenía sometido. Regina tensó los carrillos. Cuando supo la verdad, ya era demasiado tarde para hacer algo y en su ignorancia había permitido que Henry cargara con todo él solo. Pero no iba a permitir que aquella mujer se saliera con la suya.

Debía hacer algo para detenerla, aunque para eso primero necesitaba el apoyo de la junta de accionistas y algo con lo que contrarrestar su chantaje.

Sacudió la cabeza, apartando esa línea de pensamientos de forma momentánea y continuó deslizando el dedo hasta que algo llamó su atención. Era un archivo inusual, parecía algún tipo de grabación de una cámara de seguridad. Arqueó una ceja, inclinándose hacia delante a la par que abría el fichero y el video empezó a reproducirse.

Hasta saldar la deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora