Capítulo 15. La trastienda del Lumiere

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El candor de la luz de la mañana se posaba sobre sus párpados, como una suave caricia. Despertó, menos sobresaltada que de costumbre. Tal vez tuviera mucho que ver el hecho de que ya se había acostumbrado a sus extraños sueños. Cada vez eran más frecuentes y a ella cada vez le resultaban menos embarazosos. Tanteó con la mano sobre el colchón y sólo dio con un curioso vacío. Algo que, por supuesto, no debería haber ahí. «¿Dónde está Graham?», se preguntó mientras entreabría el ojo izquierdo.

Estaba sola en aquel pequeño cuarto. Una habitación que, ni de lejos, podía compararse a su lujosa estancia en el apartamento de Regina. El dormitorio del castaño a duras penas debía llegar a los cuatro o seis metros cuadrados, ocupados en su mayor parte por el robusto colchón que coronaba la estancia. Las paredes estaban repletas de estanterías que, a su vez, rebosaban de libros de todos los tamaños, colores y encuadernaciones. A lo sumo, el aroma que desprendían tantísimas páginas le recordaba fugazmente al de una librería antigua o una biblioteca. Sin embargo, lo que más le gustaba a ella era la pequeña cómoda de roble con tiradores de hierro forjado que había junto a la estantería de mayor envergadura. Le recordaba a una especie de cofre pirata y eso le resultaba gracioso.

Bostezó, decidiéndose por abrir ambos ojos. Ya llevaba durmiendo en casa de Graham tres días. No era algo frecuente, ya que la rubia prefería dormir sola, pero la inmensidad del apartamento se le echaba encima. Parecía que cuanto más tiempo permanecía en él, más extrañaba a su excéntrica dueña. Así que se había decantado por pasar las noches junto al castaño. Aún y así, ambos no pasaban por su mejor momento. Y Emma sabía que era su culpa.

Cuando estaba con él, no estaba con él. Al menos no al cien por cien. Siempre había una pequeña parte de su mente que se evadía o que imaginaba que eran otros brazos los que la rodeaban. Se volteó, dándole la espalda al lado vacío de la cama, y suspiró. Quizás no debería haberle dicho que no el día en el que él le propuso vivir juntos. ¿Por qué lo había hecho? Las palabras acudieron a ella de inmediato, ni siquiera tuvo que pensarlo. Sus labios marcaron un «no» rotundo que dejó a Graham casi tan confuso como ella misma.

Frotó la cara contra la almohada, ahogando su frustración en un grito silencioso. Debería ser mucho más feliz de lo que era, debería dar saltos de alegría por tener la suerte de haber dado con un novio como el castaño. Y, con todo, seguía sin sentirse satisfecha. Oyó un par de pasos acercarse, así que se despegó de la funda y empujó las manos contra el colchón, incorporándose. Cuando la puerta del cuarto se abrió, ella ya se encontraba en una postura aceptable y no pataleando como una cría pequeña. Graham cruzó el umbral aún en pijama y con el cabello revuelto, pero con una sonrisa que hacía que todo lo demás pasara por alto.

—Buenos días, dormilona —saludó, sentándose junto a ella en el borde de la cama—. Ya empezaba a temer que te hubieras convertido en una especie de bella durmiente... ¿Hoy no trabajabas?

—Sí, pero le cambié el turno a Tim. Tenía un «no sé qué» familiar y me pidió que le echara un cable —explicó, bostezando.

—Mejor para mí, así te disfruto durante un poco más de tiempo —dijo, ladeando una sonrisilla traviesa.

—Si lo que estás pensando es lo que me temo: Ni se te ocurra —resolvió, acomodando la espalda en un par de cojines—. Estoy muy cansada y hambrienta ahora mismo.

—¡Ouch! —se llevó la mano al corazón, los labios convertidos en un puchero infantil—. Ahora en serio, no me refería sólo a eso, mal pensada. Puedo disfrutar de tu compañía de muchas otras maneras —aclaró, inclinando el cuerpo hasta besarle en la mejilla—. Y... te he hecho el desayuno, lo tienes en la cocina.

—Eres demasiado bueno conmigo —admitió, casi sin pensar.

—Sólo son un par de huevos revueltos y tres lonchas de bacon, no es nada del otro mundo.

Hasta saldar la deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora