Capítulo 1

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Voy a la misma estación porque allí puedo estar solo. Nadie se baja en esa, porque lo único que hay fuera es un complejo de edificios en construcción y una fabrica de zapatillas converse. Es bueno que los transeúntes la utilicen todavía menos en la noche, cuando todos los obreros terminan su trabajo del día.

Esa solitaria estación de metro es mi lugar seguro hasta que el reloj marca las diez. El último tren en dirección a mi casa aborda, es cuando debo volver a la realidad donde todo el mundo es tan ruidoso: en el mal sentido.

Dos días después de mi cumpleaños 18 -el día que se acabó todo el pastel sobrante- fui a mi lugar seguro con mi par de audífonos antiguos y remendados con cinta, donde solo podía escuchar cassettes, porque era lo único que mi madre escuchaba cuando eran suyos, muchos años antes de que yo los encontrara el día que me mude al ático porque me parecía más acogedor.

Llevaba una botella de malteada fría en la mochila, una libreta y un bolígrafo. El resto de cosas importantes como la chaqueta, la bufanda, y mi identificación las llevaba encima.

Ah, y el celular sin batería.

Por extraño que parezca, siempre reservaba las ropas que más me gustaban para ir allí. Aunque nadie fuera a verme con ella puesta, lo hacía, porque llevar la ropa que me gustaba al sitio que me gustaba lo hacía todo más perfecto. Más acorde.

En el vagón me acompañaba poca gente, las personas se veían sumamente sorprendidas, seguro preguntándose qué hacía un joven paseando a esas horas en el subterráneo. Nunca nadie preguntó directamente. Y menos mal, porque yo no habría podido responder.

Llegué y me recibió el silencio gris, el frío, y la luz tenue de las bombillas que pronto debían ser cambiadas antes de que todo se sumiera en la oscuridad. Si así fuera, yo no iba a dejar de ir solo porque no hubiera luz, llevaría una linterna y me las arreglaría.

Estire mis brazos alzándome en la punta de mis pies, dejé la mochila en una de las bancas de espera, cambié la cinta del reproductor por una diferente, y cerré la tapa con un click.

'Into The Groove' de Madonna empezó. Hice tronar mi cuello.

Ella entonó el «and you can dance...» y luego «for inspiration...»

Empecé con una caminata después del «come on!... I'm waiting»

Pronto, bailaba apoderado, tarareando sin escuchar mi propia voz. Al igual que una diva, me movía al ritmo de la música, haciendo una mímica perfecta. Saltaba sobre las bancas y subía las escaleras para luego deslizarme por el barandal de metal.

Volvía del lugar un Super Bowl, y de mi, el artista invitado.

Seguramente me veía como un loco; jeans con el dobladillo a la mitad de la pantorrilla y medias de colores, haciendo una performance en solitario, marcando pazos que solo los bommers sabían ejecutar.

Me tomaba muy enserio el «get into de groove» como todas las palabras sabias de Madonna.

La estación podía ser una disco, yo podía ser lo que quisiera, sin preocuparme porque algún guardia me viera a través de las cámaras de seguridad. Simplemente cogía mi micrófono imaginario y señalaba con el dedo a la lentilla de la cámara, como si fuera mi público.

Hice lo mismo que todas las demás noches sin excepción, descargue todo mi sentir en la danza, en la música que vibraba por mi cuerpo, dándolo todo.

Llegó el solo de piano. Con mi imaginación volando toqué las teclas suspendidas en el aire. Volteé en una esquina, y llegar al final del puente, me encontré frente a frente con una cara estupefacta.

Amado silencio. | yeongyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora