Mudanza

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Había pasado un mes desde aquella conversación con Lando, el tiempo justo para volver a la normalidad de hacía bastantes meses ya. Además conseguí convencer a Carlos y a Lando de que volvieran a confiar el uno en el otro y dejaran atrás los rencores. Todo desde aquel día había sido perfecto, ya que de nuevo entraba de vez en cuando a ver a algunos antiguos amigos en el box de McLaren, o nos íbamos Carlos, Lando y yo a cenar juntos. Mi amistad con Mat mejoró y se había convertido en uno de mis mejores amigos, ya que en el momento que le dije que había vuelto con Lando me apoyó mucho más de lo que me esperaba. 

Me encontraba en España, en mi casa, preparando maletas para hacer la mudanza. En realidad era más bien tres maletas enormes, donde había metido toda la ropa, y una en la que había depositado las cosas más personales de mi habitación. Cerré la cremallera de la última maleta y bajé al salón, donde mi madre me esperaba con tristeza.

-¿Ya lo tienes todo?- Preguntó.

-Sí, ya está todo empaquetado y listo-. Respondí resoplando.

-Todavía no asimilo que te vayas de casa, no te voy a ver más...-Dijo haciendo una mueca de tristeza.

-No digas eso, además tampoco me veías mucho. Estás todo el día trabajando o con tus amigos del trabajo y yo no paro de viajar. Vendré a visitarte cuando sepa que estás en casa, tú por eso no sufras-. Contesté sonriendo.

-Vale, vale, está bien. Hora de irse-. Dijo mi madre secándose una lágrima que le caía por la mejilla.

En el aeropuerto facturamos todo y esperamos durante una hora a que pudiera embarcar. Fue entonces cuando mi madre se despidió de mí entre lágrimas, lo que me causó a mí también llorar. Pasé todos los controles y embarqué en el avión. Nada más sentarme en mi asiento le envié un mensaje a Lando diciéndole que estaba a punto de despegar, por lo que tendría que apagar el móvil y le vería ya en Londres. 

El vuelo fue corto y tranquilo, no se escuchó llorar a ningún bebé ni me tocó nadie que me contara su vida a mi lado. Bajé del avión y recogí las maletas lo antes posible y al salir vi entre la gente a un chico no muy alto y con una gorra granate, era Lando. Me acerqué a él a un paso ligero y le abracé fuerte.

-Por fin estás aquí-. Suspiró él en mi oído.

-Por fin-. Afirmé.

-Deja que te lleve las maletas-. Cogió sólo dos de ellas ya que no podía con cuatro él solo.

-Gracias-. Dije con una carcajada.

-El coche está cerca, no hay que andar mucho-. La conversación era un poco seca, ya que hacía a penas unos días que nos habíamos visto y no teníamos nada que contarnos. 

En una hora nos plantamos en la entrada de su casa, hacía muchos meses que no entraba y por un momento se me pasaron todos los recuerdos. 

-¿Te vas a quedar todo el día ahí o vas a entrar a tu casa?-Lando enfatizó en el "tu" y le sonreí.

-No, ya voy a entrar a nuestra casa-. Esta vez fui yo quien enfatizó en "nuestra".

-Me gusta como suena, nuestra...- Lando me abrazó por la espalda mientras lo decía.

-A mí también me gusta... No creo que me cueste mucho acostumbrarme-. Dije emocionada.

-¿Qué quieres cenar? ¿Preparamos pizzas juntos?- Sugirió Lando.

-Vale, pero no quemes ni hagas volar nada por los aires por favor-. Respondí y después le di un beso en la mejilla.

-No prometo nada, ya lo sabes-. Dijo él riéndose.

De Repente TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora