21. El beso del dios.

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Lo siguiente que él hizo fue darle dos bofetadas en la cara a Bellorya, luego otras tres, excitado, violento, luego le escupió en la cara. Ella jadeó conmocionada, y antes de pensar algo, el bastardo la empujó, haciéndola caer de espaldas, en un parpadeo ya no estaban en la tierra, sino en los escombros de la habitación de Eyron, cayendo ella sobre el lecho semidestruido. La puso rapidamente bocabajo, le arrancó la ropa de un tirón, y se le montó con las rodillas a cada lado de las caderas de ella, encarcelándola al tiempo en que se agachaba hasta tener el mentón sobre el hombro de la chica. Vil y arrabalero, la cogió del cabello, jalándoselo para levantarle la cabeza hacia atrás y hacerla gritar de dolor.

Le puso bruscamente la mano libre sobre el cuello estirado. Al pasar la lengua por la mejilla de Bellorya, ella apretó la dentadura, sintiéndose profundamente humillada. ¡La había golpeado horrible!

Ella le había ordenado en susurros que la tratara con cuidado, sin esa violencia extrema. No había funcionada. Por fin, tenía un motivo para no llorar. La rabia era demasiada, poco le importaría que fuera el cuerpo de su Eyron, le habría arrancado las pelotas sin chistar.

—Eso—musitó tan degenerado contra su oído, para lamerlo asquerosamente—no llores; ódiame, horrorosa ramera.

Y le dio una fuerte bofetada en la cara, haciéndole sangrar el labio.

El cuerpo de Bellorya estaba siendo sometido por un monstruo; ella quería arrancarse el cabello y rasguñarse la cara hasta que la piel se desprendiera porque esa mierda de criatura estaba accediendo a su intimidad en contra de la voluntad de ella. Estaba desorientada, tiesa, sintiéndose mal, odiándose y disculpándose con Eyron.

Si me niego, me aplasta los sesos—el monstruo metió una mano bajo las nalgas de Bellorya, como buscando con sus uñas filosas entre los labios de ella, que se llevó la mano a la boca para no gritar porque ardía mucho sus garras aruñando allí. Con los ojos casi saliéndosele del terror, su corazón se destruía, no quería que la tocara, que la tomara, estaba perpleja y obligada a ceder—¿Si me quedo callada, pero siento, siento esto, está violándome?

De inmediato deshizo esa palabra. Ella... maldita sea... ¡ella no estaba siendo su víctima! Era otra apuesta que estaba ganando, sabía bien el infeliz precio, y...

No pudo pensarlo mejor, porque un dolor abismal atravesó su entrepierna. Cerró los ojos de golpe, mordiéndose los labios hasta que le sangraron. Sentía los dedos de él penetrándola, y dolía tanto que iba a gritar.

Pero, gritó en su cabeza por ayuda, y como una bofetada, recordó que tenía que aguantar. Cuando movió los dedos dentro de ella, fue como dos trapos secos restregándose entre sí. Sólo que su piel escocía de dolor por la fricción bárbara, no obstante, Bellorya se empujó a soportar.

El demonio le pasó las garras por la espalda, abriéndole la piel en grandes y profundas laceraciones que empezaron a sangrar, haciéndola retorcerse bruscamente, gritando y gritando al sentir cómo le rasgó la piel.

Con los ojos vacíos y la imposibilidad de llorar, se vio siendo girada por la bestia, dejándola boca arriba. Así, ambos se miraron, ella con el cabello revuelto, un charco de sangre formándose debajo, el dolor enloqueciéndola, la cara golpeada, los brazos mordidos y sangrantes. Él estaba con el cabello también enmarañado y sobre la cara, los ojos negros de demonio y los dientes de tiburón ensuciados con la sangre de Bellorya.

Sonreía el hijo de puta, que era y no era Eyron.

—Abre las piernas—ordenó. Bellorya lo hizo con su rostro sumergido en la indiferencia más falsa, porque sabía que él se regocijaba viendo su dolor. El monstruo se lamió el labio lleno de sangre, escrutando asquerosamente su femineidad, mientras se dejaba caer lentamente sobre la mujer, llevándose la erección hacia la hendidura seca e inflamada.

El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora