Bellorya, entreabrió los ojos viendo al frente unos enormes portones dorados, la piedra de la inmensa construcción era blanca, muy escarchada, a cada lado de la entrada había dos estatuas gigantes de guardianes alados, tan descomunales que ella les llegaba solo a los pies. El lugar estaba rodeado de un bosque con hojas azules y troncos violetas.
Cuando notó que había dos lunas en el cielo, en lugar de la solitaria de siempre, casi se desmaya, así que bajó la cabeza, no lista para tanto.
—¿Qué mundo es este?
—El mundo dónde nos reunimos, como... nuestro salón de reuniones.
Y la peor parte es que escuchaba ruido del interior del recinto.
Pasó un largo momento hasta que fue capaz de calmarse. Le habló en voz baja:
—Amable dios—papanatas—¿Me devuelves el caminar al menos esta noche?
—No.
—¡Por favor!—chilló respirando descontrolada porque... ¡Era demasiado!—L-los dioses son la especie intocable, y... y...
Se imaginaba una severidad inmunda. La criticarían duramente. Si ella no había podido llorar en su pasado, esto sí iba a desbloquear esa capacidad.
—Deberías saber a estas alturas que
Eyron empezó a caminar hacia los gigantes portones, que sin más se abrieron a su paso.
—Yo soy el único que podría causarte verdadero miedo, el dueño de tu dolor si quieres, los otros son hormigas ante mí—La vasta luz interior los tocó, y ella cerró los ojos, preparándose para lo peor. La música de golpe se detuvo—¡Eh! ¡Por fin me conseguí una reina para todos ustedes, patéticos!
Uno, dos...
Un enorme estallido de gritos jubilosos y plausos retumbaron en Bellorya, que arrugó los párpados. Ruidos de... ¿Alegría?
"¡Eyron, Eyron!"
Un mar de flores y escarcha caía en abundancia sobre ellos.
"¡¿Tan pronto la dejaste inválida?! ¡Qué talento!"
Muchísimas personas los rodearon.
"¡Ya era hora de que perdiera la virginidad nuestro tesorito!" "¡Sí! Nuestro bebito ya es un hombre"
"¡Ooooígan, ¿ya puedo comer del pastel?!"
"¡Beberemos por treinta días y treinta noches!"
No. Imposible.
Los dioses no podían ser tan ridículos.
Bellorya abrió los ojos. Ante ella se extendía el recinto opulento lleno de personas de distintos tamaños, colores y características, vestidas con ropas enormes, exóticas y bellas, todos tan perfectos y hermosos. El techo era el cielo, pero no el que todos los humanos veían, sino un cielo más allá del mundo, con nubes de colores pastel, y estrellas resplandecientes surcando una oscuridad escarchada.
Bellorya casi se desmaya.
La decoración era blanca y dorada en los pilares, con árboles y flores dorados y de piedras preciosas inundando los alrededores de la pista de baile, no pudo ver más porque Eyron avanzó orgulloso y ambos continuaron rodeados por las extrañas personas, que sonreían de oreja a oreja con una sinceridad alegre que casi la hace lloriquear. Una de las parejas era un dragón y una ninfa.
—Bienvenida, dama Bellorya—decía inclinando la cabeza una mujer joven de rizos hermosos y piel achocolatada. Bellísima—Soy Klaurel de la fertilidad.
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El beso del dios |COMPLETA|
Dragoste-¡Dios! ¡Te invoco para que me tomes!-suplicó entre jadeos huyendo en el oscuro bosque, perseguida por la turba enfurecida. El cuchillo en su mano, la sangre sobre su vestido; ella había sido una chica muy mala esa noche-¡No puedo más! Lágrimas dese...