16. Hiosemin

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-¡Todos han perdido sus apuestas!-gritó uno de los dioses en el establecimiento-¡Muerte destruyó el segundo asentamiento y simplemente desapareció! ¡Nadie apostó por esto!

Todos los dioses guardaron un silencio pesado y siniestro, porque lo que hizo Muerte no tenía razón de ser, y acababa de plantear la posibilidad de que él ahora estuviera dirigiéndose al plano en donde habitaban los dioses para devorarlos primero.

Bastida estaba llorando sola en la mesa. Deimen la había abandonado enloquecido como nunca vio a ese tierno semi-dios.

Deimen, por su parte, llegó al palacio, directamente a su salón de estudio, y entre gruñidos y golpes a todo a su alrededor, tumbando libros, destruyendo cuanto objeto se le cruzaba, buscó entre sus anotaciones una forma de encontrarlos, y romper cualquier barrera que Eyron hubiese armado, pero fue más allá, al usar sus anotaciones sobre la manipulación de plagas.

Y unas cuantas ideas peligrosas se sembraron en él.

Deimen se rindió al mal más puro.

......

-Hiosemin-ella primero estaba rodeada de nubes blancas y mariposas, pero esa voz seguía llamándola desde la lejanía-¿Te encuentras bien, mi esposa?

Entreabrió los ojos, reaccionando, descubriéndose así recostada entre los brazos de un hombre grande y musculoso, de cabellos negros y largos tejidos en muchas trenzas. Su aroma le llenó los sentidos, sus pieles desnudas pegadas hicieron humedecerla.

-Me duele la cabeza-buscó entre sus recuerdos.

¿Quién soy?

Era Hiosemin Virade, hija del protector de Beomia, el tercer asentamiento humano, que estaba encerrado en muros para evitar el contacto con otras especies, más las mágicas. El hombre a quien se abrazaba se llamaba Eyron.

Casados hacia dos lunas por un acuerdo entre los padres, pero ambos se habían enamorado.

-¿Amor?-escucharlo decir aquello la hizo feliz. Lentamente levantó la cabeza para mirarle. Era un hombre de facciones duras, amenazantes, y tan hermosas. Pero al encontrar sus ojos de color café oscuro, una sensación de tristeza la llenó sin saber por qué.

Ella le besó el mentón. Su habitación era pequeña e iluminada por el día, la ventana enorme a un lado dejaba entrever árboles y cielo despejado.

-Estoy algo desorientada-él le acariciaba la mejilla con una expresión de tanta paz-deja de mirarme, que me sonrojo demasiado.

Él sonrió, y un hoyuelo se marcó en su mejilla. Pero los ojos se llenaron de una intensidad oscura que la perturbó.

-Quiero hacerte el amor-se le agitó todo el cuerpo, se humedeció más-, estoy tan duro que duele.

Ella se avergonzó un momento, además de que no estaba esa sensación de normalidad ante tal situación, pero cuando intentó recordar la última vez que intimaron, Eyron ya se había lanzado sobre ella, metiéndose en sus piernas. Apenas Hiosemin vio su miembro, demasiado grande para ella, que era tan pequeña, casi grita.

-¡Eeeeh, eeeeh!-dijo poniéndole las manos en los hombros-¡Me vas a romper con esa cosa! ¡No te me acerques!

-Has sobrevivido a todas las otras veces-él ya estaba besándole el cuello, masajeándole los senos-, recuerda, mi amor, por favor.

No recordaba un demonio, pero ya tenía los ojos desorbitados y la boca abierta por cómo se sentía. Entonces el hombre llevó sus dedos hasta la hendidura húmeda de ella, que abrió la boca, no entendiendo por qué se sentía tan natural y a la vez tan delicioso, o por qué ella estaba moviendo la pelvis contra sus dedos.

El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora