3. La maldición divina

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Eyron se materializó en el palacio del que era dueño y señor, justo en la habitación de estudio donde Deimen, su hermano menor y desgracia, estaba escribiendo algún papiro sobre la manipulación de las plagas. Al levantar la cabeza y ver que el rey cargaba un cuerpo, Deimen se puso en pie.

—Está muriéndose—Eyron lanzó a la mujer al suelo como si fuese un bulto de harina. Esta seguía desangrándose ya que tenía clavadas en la espalda flechas que los salvajes le habían lanzado en su cacería por el bosque—. No se lo permito. Vas a sanarla ahora.

Deimen se arrodilló atónito, viendo cada parte de la desmayada y demacrada mujer.

—¿Quién hizo esto? ¿Por qué quieres que la ayude?—miró al rey—. Con un pestañeo puedes salvarla, desaparecer sus heridas.

—Sí—le dio la espalda para marcharse de la habitación—¿Pero qué diversión habría para mí? Quiero probar hasta dónde es capaz de llegar.

Él sabía lo que la chica había hecho para estar herida, ensangrantada... y estaba impresionado de una forma morbosa, todas las mujeres que se pavoneaban ante Eyron eran inocentes, hermosas, y esta se había presentado como una tormenta loca.

—Una humana—murmuró Deimen arrugando la nariz—¿Por qué querrías hacer...? Oh, no puede ser...

Eyron se detuvo mientras Deimen olfateaba.

—No la estás atendiendo—pronunció lentamente, con la amenaza implícita.

—No entiendo—Deimen volvió a mirarla con una sensación extraña de ahogo, casi tristeza y nostalgia que lo dejó sorprendido—, si es tu señora, ¿por qué no posee tu olor?

—Deimen—amenazó Eyron con la voz gruesa—si se muere, tú igual.

Qué raro sus deseos de matarme.

—Vaya, yo también te amo, hermano—el interpelado se marchó hablando entre dientes, tan irritado como Deimen nunca presenció; fijó su atención en la mujer, sorprendiéndose por el aspecto que tenía.

Cinco flechas en su espalda, ensangrentada, con el rostro quemado, sin cabello ni cejas, facciones extrañas. No era el tipo de doncella humana que acostumbraba ver.

Pero le acarició el rostro.

—¿Por qué verte me provoca el llanto si no te conozco?—se obligó a sonreír, quitándose el mal sabor—¡Bueno! Disculpa, damita, pero tendré que quitarte la ropita.

En realidad, primero le sacó las flechas; el cuerpo se sacudió, ella no reaccionaba. Tras desnudarla sin ningún morbo, Deimen la acogió en brazos y puso la mano en su espalda pegando la boca al oído de ella, para susurrar en la lengua antigua palabras sanadoras que él mismo había creado, puesto que su afinidad era la hechicería y la sanación, no podía curarla sin atajos o moriría.

La halló envenenada con el vahó de alguna criatura maldita. Ya estaría muerta o bajo el poder de lo que la envenenó de no ser por su esencia nacida para doblegar dioses.

Ella sí era una humana de la divinidad.

¿Por qué me siento triste y molesto si con la llegada de ella Eyron se detendrá?

Pero entonces Deimen levantó la cara, y allí estaba de nuevo Eyron, que alzó su mano en dirección a la mujer e hizo materializar un vestido de dormir en ella.

Deimen notó la mirada asesina de su hermano.

—T-tenía que quitarle la ropa, estaba envenenada con sangre maligna.

—¡No la toques más! —con lo temperamental que era siempre, le arrebató la chica a Deimen y se marchó con ella bajo su brazo, inesperadamente paró y lo miró sobre el hombro—. Pero gracias.

El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora