17. El demonio o el cielo.

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La pelea era bastante entretenida para Eyron, que por fin podía desquitar la presión que se había guardado, y cierto odio hacia Deimen por el simple hecho de ser el dios predestinado de Bellorya. También era bueno para Deimen; en el fondo, le guardaba rencor al mayor por ser el sangre pura; peleaba encolerizado como jamás, usando toda su fuerza, derramando lágrimas.

Pobrecito, no era suficiente. No se acercaba a hacerle ni un verdadero rasguño a Eyron.

Pronto Eyron se frustró y de un chasquido volvió a romperle el cuello a Deimen. Apenas cayó al suelo, y el dios Rey le estalló de un pensamiento las venas de todo el cuerpo, levantando su mano con agilidad, hizo levitar el cuerpo de Deimen, lanzándolo hacia el cielo, de donde se abrió una grieta oscura, por la que el semi—dios fue empujado y expulsado de ese mundo que Eyron había construido..

—¡Infeliz!—escuchó metros a su espalda a Bellorya, llegaba caminando encolerizada. Tan miserable y absorto, no la había sentido acercarse—¡Dame la cara!

Cerró los ojos, con su calma seriamente perturbada. De todas las criaturas, la loca Bellorya era la única que podía patearle el trasero.

—Oh, madre, protégeme—susurró invocando la protección de su madre, Feng—Hua. Y tragó saliva—, esta víbora va a matarme.

Fue la primera vez que hubo un nudo en su garganta, pero así, encuadró los hombros, recuperando su escudo de infeliz bastardo. Lo que era.

—No me interesa escuchar que te robé tu vida, que tu felicidad estaba con mi hermano, y pudiste amarlo de verdad. Yo—de repente, quería destruir todo—sé que es así.

Por eso atacó a Deimen en su boda, ver que el verdadero hombre de su obsesión podía acercarse tanto a ella, y tal vez, persuadirla...

El aroma dulce de Bellorya llegó a sus fosas, llenándolo hasta hacerlo sentir menos inmundo, pues, podía estar hecha de maldad, pero Bellorya se sentía como el cálido aroma del bosque más sagrado.

—Antes de esto, de que me hirieras con tu espada—su voz estaba demasiado calmada. Le sorprendió—, estaba dispuesta a amarte, quería amarte, Eyron.

Y en lugar de reconfortarlo, él se ahogada en un tipo de dolor nuevo.

—Por la maldición—graznó apretando los puños—, tu afecto no es real.

Dicho, por su ser viajó la revelación asquerosa de que él, como señor de los dioses, podía reconocer muy bien la diferencia. Él la quería empujado por la maldición, pero más allá, su parte libre bajo el bálsamo de la unión, estaba enamorada de esa mujer, su alma era la más deliciosa que había visto, porque Bellorya era el fruto del mal puro de un dios caído, muerte al poseer a su bisabuelo, pero elegía hacer el bien.

Pureza y maldad convergiendo en un perfecto equilibrio dentro de ella.

Cerró los ojos, intentando no desplomarse.

—Me despojaste de mi identidad, de todo lo que conformaba a la persona que soy. Perdí mi consciencia hasta estar desorientada como una niña—a ella le temblaba la voz—Para, con engaños, ¿hacer que te abriera mis piernas, Eyron? No te bastó con arrancarme de mí misma, no te bastó agredirme con tu arma. ¿Cómo puede excitarte tanto desangrar de dolor lo poco bueno que tenía para ofrecerte?

—¡No!—Eyron sintió un sabor agrio mientras explotaba, y a su cuerpo retorcerse, queriendo retroceder el tiempo maldito. Siguió de espaldas a ella—P-perdí el control, te herí gravemente, estabas al borde de una muerte injusta, así que te traje a este lugar, si nuestras almas se unían aquí, podrías sobrevivir a la doma, porque ya tendrías algo de mí en tu esencia. ¡Quería darnos tiempo para ser felices! PERO SOBRE TODO, ¡ABRE LOS OJOS! ¡Ya podemos tratar la doma!

El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora