1. En la aldea de las ratas

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Apenas Bellorya se cubrió el cuerpo, por la entrada principal irrumpieron a gritos y trotes un grupo de hombres armados con sus lanzas y arcos, que lideraba Zachár, la máxima autoridad de la ciudad humana. Era un fuerte hombre barbudo de cincuenta años.

Como Bellorya, o mejor dicho, Nin, era la única que había estado con el dios, la guardia de la ciudad se la llevó presa bajo las protestas de su padre y de Vikena, su madrastra embarazada; los únicos que se habían quedado afuera de la gran casa pese al peligro, solo por ella.

A Bellorya la subieron a una carreta.

—¡Todo irá bien, cariño!—le gritó Vikena sin poder moverse mucho debido a su avanzado embarazo, pero con la mirada amorosamente preocupada—¡No los insultes!

—¡Iré por ti en cuanto Viki esté a salvo!—gritó el padre con sus brazos rodeando protectoramente a la futura madre—¡Confío en ti!

Era su forma de decir que Bellorya siempre iba a arreglarselas para salir bien de cualquier problema.

¡Uy, sí, claro!

—La jerarquía divina empieza con los altos en la punta, luego los dignos, después los menores, y finalmente, en la base de la pirámide, se encuentran los caídos—Zachár estaba de brazos cruzados frente a Bellorya. Detrás de él, en la penumbra de la oscura recámara para interrogaciones, aguardaban otros cuatro hombres. Todos con uniformes borgoñas—. Tú, que perteneces al lugar más bajo e indecoroso de esta ciudad, me estás diciendo que hablaste con uno de los más sagrados entre los poderosos...

Un altísimo.

Jah, y ella había tildado al dios de ridículo por autoproclamarse así.

"Eyron, el altísimo" ¡Puaj!

—¡Cuando me tocó las tetas no tenía nada de sagrado!—gritó ella desde la silla donde le habían amarrado el cuerpo entero con sogas gruesas y pesadas—¡Ya les dije todo lo que pasó! por favor... quiero comer un panquecito... 

Hora tras hora, tras hora, y seguían obligándola a relatar el encuentro. Ya debía ser mediodía, y ella necesiraba comer para no ponerse violenta.

Pero la cosa era demasiado seria porque los dioses se creían tan superiores que nunca nadie hablaba con uno, y que ella hasta le hubiese besado...

—Es la otra cosa—dijo Zachár con su aire lleno de dignidad y moral—¿Cómo creer en la palabra de un individuo tan dudoso? Yo sé quién eres Nin Denasty, hijo de Rahuí Denasty, el dueño de esa pocilga del placer. ¡Habla con la verdad!

—¡Es todo un degenerado!—gritó otro hombre desde las celdas—¡Fingiendo ser una puta!

—¡No soy una puta, tontos! ¡Ese es EL maldito problema!—dio un enorme resoplido—mi padre me obligó a ser hombre toda mi vida, y el tal Eyron lo supo sin conocerme. Yo sentí su intrusión dentro de mí al igual que el resto de testigos, ¡Mírenme! ¡¿Alguno de ustedes pensaría que soy mujer?!

Silencio, solo silencio mientras la escrutaban con desagrado. Bellorya era horrorosa, lo sabía bien, lo aceptaba. Hasta su voz era masculina.

—Es un dios—prosiguió ella—, el mismo que ha estado atacando los alrededores y masacrando a nuestra gente...

—Son cuentos de ancianos—dijo uno de los guardias.

—Se supone que los dioses están malditos y deben ser esclavizados por alguien o sino sus esencias son envenenadas por la corrupción y el mal... tal vez le está ocurriendo eso. Si es un altísimo, un rey de dioses, ¡Vamos a morir pronto! ¡Regresará mil veces peor! porque eligió este lugar para saciar sus necesidades repulsivas.

El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora