29. Tregua

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A medianoche de ese día, Bellorya iba a desaparecer, todos sus pensamientos, esperanzas, su lucha... ella lo sabía, por ende, le solicitó a Eyron una sola cosa antes de irse.

Celebrar la boda de su hermana mayor.

Maeda se deshizo en llanto cuando ella le contó la idea, claro que aceptó.

A pesar de que ya no eran las mismas, los años que pasó creciendo con Maeda seguían en su corazón. Invitaron a todos los que quisieron asistir, Eyron creó un mundo pequeño bañado del sol a mediodía, rodeado de naturaleza, las flores blancas y pequeñas de los árboles caían permanentemente, desapareciendo solo si caían en el suelo, que era de profunda agua azul y escarchada.

Eyron y Bellorya vistieron con una copia exacta de sus propios trajes de boda, así, mostraban silenciosamente a todos que, contrario a lo pensado antes, continuaban siendo uno. Frente al altar matrimonial se sentaron los camaradas soldados de Vania, que este trajo de la muerte para que le acompañaran (Lorya pudo haberle pedido que trajera a su madrastra, pero, eso no sería sano para Rahui, por lo que desistió), algunos lideres de las demás razas, buscando limar asperezas, y también unos pocos dioses.

—Es un paisaje hermoso—dijo Bellorya observando el lugar.

—No tanto—murmuró Eyron sin mirarla—, tu rostro feliz me causa más impresión.

Luego de la noche loquísima con él y su yo malo, el rey parecía ya no odiarla, a pesar de su constante seriedad. Ahora sentían de nuevo el profundo lazo entre ellos unido, y era su único consuelo.

Vania y Maeda entraron juntos al lugar, con sus alas extendidas, vestidos de un hermoso negro escarchado. La rubia llevaba una corona de rosas rojas en la cabeza, maquillada, con un corsé que dejaba una cintura espectacular. El dios de la muerte lucía arrebatador, atemorizante para cualquiera, menos para los reyes y su propia dama.

Bellorya y Eyron los esperaban sobre el altar de piedra.

Mientras los dioses de la muerte se acercaban, Eyron le dijo en su mente:

No nos casamos con un ritual divino, lo siento.

Bellorya sonrió:

Cuando termine mi castigo, me encantaría.

Si sobrevivía.

Eyron sintió eso:

Prométeme que tendrás éxito, porque cuando regreses, te estaré esperando con nuestra boda.

Ella asintió, con el corazón latiendo de afecto y tristeza.

Eyron realizó el ritual solo, puesto que Bellorya había sido despojada de su trono, pero ella se mantuvo a un lado, sonriendo. Eyron los bendijo, les dedicó palabras nobles y sinceras de prosperidad, así reconstruían un poco de esperanza en un mundo que estaba destrozado por el sueño blanco.

—Tu corazón es mi corazón, esposa—le dijo Vania a Maeda, besando sus pies, luego se irguió, y Maeda prosiguió a besar los de él después de decir:

—Tu corazón es mi corazón, esposo.

Parte del ritual consistía en que, la pareja casándose, elegía una forma personal de prometerse al otro. Bellorya pensó que era horrible besarse los pies mutuamente, pero ya sabía que Vania y Maeda, solitos, adoraban despojarse de su dignidad cuando se trataba del otro. No había mejor ejemplo de su historia que lamiéndose mutuamente las patas.

Ambos se tomaron de las manos, Eyron puso sus propias manos en las cabezas de la pareja, recitando un canto antiguo en un lenguaje muerto.

—Dios de la muerte—anunció el rey con solemnidad—. He aquí tu mundo, tu alma, la dueña irrepetible de tu beso, hónrale de todas las formas: FALLARLE A ELLA—enfatizó con delicado cuidado—, es fallarme a mí. Ten mucho cuidado, muchísimo.

El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora