11. La mortal abandonada.

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Bellorya estaba tan sensible. Cada vez que veía su reflejo o tocaba su cabello le daban ganas de llorar, lo que era... cada media hora. No podía dejar de mirarse los senos y cuando estaba sola no paraba de tocarselos, derrochando felicidad y orgullo.

-¿Por qué haces como si lloraras pero no hay lágrimas?-dijo Eyron tomando té mientras ella tocaba las trenzas largas que le habían hecho las siervas. A ella se le notaba bastante lo afectada que estaba, positivamente, con ese regalo inmenso a su cuerpo.

-N-no sé, nunca me han salido-dijo.

-Regresemos de nuevo a la doma...

Ella se hundió en su silla. Habían estado buscando en los libros sagrados de los anteriores altísimos y no había ningún caso como el de ellos. Todos los humanos tocados tenían el aroma de su dios y una forma individual de esclavizarlos.

Bellorya no tenía nada de eso.

-Es muy raro que yo tuviera olor a humano divino pero no a mi dios especifico, nada de esto tiene sentido-murmuró de la nada, pero Eyron la miró con ojos brillantes, una sonrisa perversa pero encantadora.

-Sí, soy tu dios-mordió su labio, insitándola sexualmente-. Me complace que lo sientas.

Ella ya tenía de nuevo esa maldita fiebre que la humedecía allí abajo.

-Me pareció precioso que mandaras a la siervas del palacio a confeccionarte ropa interior tan pequeña y con un diseño tan detallado-dijo él sacando de su bolsillo un pequeño calzón negro que tenía una línea de perlas que se acomodaba en la zona entre los labios. Bellorya estaba ahogándose abochornada como nunca bajo su mirada encendida.

Eyron nunca se vio tan satisfecho y jovial.

Sostenía los calzones diminutos colgándolo en sus dedos.

-¡Las siervas son unas chismosas!

Él se pasó la lengua entre los labios, mostrándose hambriento.

-Es mi palacio, claro que iba a enterarme de toda la ropa que has ordenado para hacerme feliz.

Ella rememoró la larga lista de los diseños y juguetes perversos que había ordenado hacer a las siervas, como había crecido en un prostibulo, era una maestra en esa teoría del amar.

No te muestres inferior, no caígas.

Se cruzó de brazos, adoptando el mismo aire prepotente del dios.

-Me esfuerzo en cumplir la doma-pero el parpado le temblaba de pena-¿Ves que sí estoy comprometida? ¿Y-ya puedo ver a mi familia?

-Sí-la sonrisa maligna que le dio hizo que un estremecimiento helara a Bellorya-, en cuanto vea por mí mismo qué tal se acoplan las perlas... a ti.

El dios desapareció de la silla para aparecer frente a Bellorya, de un empujón quitó la mesa entre ambos y se arrodilló ante ella, deslizando las manos sobre las piernas femeninas, mientras Bellorya estaba mordiendo su lengua para no caer o gemir. 

Eyron llegó hasta sus rodillas y de un movimiento le abrió las piernas. La mortal gritó dandole una bofetada en la mejilla, levantándose y huyendo enfebrecida y mojada.

-¡Vas a despertar al monstruo! ¡Basta!-pero él riendo, comenzó a perseguirla, sacudiendo la ropa interior en su mano izquierda como si fuera una bandera de guerra.

.....

-No siento celos al ver esto, Bastida desgraciada, ¿Ves?-ambos dioses estaban tomando lícor en un balcón frente al vestibulo donde Eyron y Maeda jugueteaban persiguiéndose a gritos y risas, el rey parecía tener un pañuelo negro con perlas puesto sobre la cabeza. 

El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora