Como forma de redención, Bellorya bajó al mundo mortal y pasó los siguientes cuarenta y nueve años intentando guiar a los humanos desde las sombras, construir con ellos un mundo mejor, una cultura justa y decente.
Ella misma había sellado casi todo su poder para no abusar de este, y también castigarse así, negada a usarlo para sí misma, negada a tomar su lugar de Reina; ni siquiera volvió a mirar su reflejo en el agua, en los espejos, porque ahí estaba Eyron. Una vez hecho el beso, el mortal tomaba también las características físicas del dios: en su maldito rostro estaba él.
Y ya le costaba tanto, pero tanto vivir, que ver su cara la desequilibraba al punto de entrar en un ataque de llanto que duraba horas.
Por él, por mí.
Verse el rostro era volver a destruirse, a extrañarlo con todo su corazón, a que este sangrara de dolor.
Y finalmente, Bellorya se rindió tras ese medio siglo con sus votos de ayuda a la gente porque Deimen tuvo razón. Los humanos eran imbéciles, injustos, malos, y aunque los empujara a crecer, les diera sabiduría, las ideas para construir una sociedad digna, estos siempre terminaban tergiversando todo para volverlo algo horrible con lo que sacar provecho y ser superior al otro.
Le había entregado el hogar sagrado de las ninfas, dragones y etcétera, a los más estúpidos y malos entre las razas. La naturaleza tampoco se lo perdonó, no solo por haber arrancado a las criaturas inocentes y encerrarlas, sino por entregarla a los humanos, que la destruían groseramente.
Había sido injusta y tonta al preferir a los humanos sobre otros pueblos menos malignos, y no meterlos en el sueño blanco. Era la peor reina de dioses, ni siquiera hacia el bien en su castigo autoimpuesto.
Fracasar en crear un mundo "mejor" y ver la mierda a la que ella había llevado todo lo que fue una vez armonioso y bueno, terminó de acabarla. Bellorya se rindió en una cueva, en lo más alto de una montaña rocosa, allí colgada del cuello, no se movía nunca y daba la carne de su cuerpo para alimentar las aves cada vez que llegaba el invierno, luego se volvía a regenerar.
Ella estaba sumergida en una oscuridad que le quitaba las fuerzas hasta para pensar, porque todo lo que tocaba lo destruía, porque había arruinado los mundos, la realidad, porque cada maldito día...
Sigo amando y extrañando al hombre que mató a mi papá.
—Ya pasó otro año—escuchó la voz de Deimen una mañana, cuando el invierno había acabado y la carne había vuelto a crecer de sus huesos—¿Qué-mierda-estás-haciendo?—enfatizó cada palabra al encontrar a Bellorya ahorcada del techo de la cueva. Su cuerpo colgaba, meciéndose por el viento—tanto conocimiento se abrió ante ti por ser la Altísima, ¿y todavía tienes la esperanza de que puedes suicidarte?
Así que cincuenta años llorando todos los días, vagando sola por bosques apagados, aldeas, pueblos, siendo carroña, y ni un momento sonrió o sintió felicidad. El tiempo era nada.
Ella entreabrió los parpados, derramando lágrimas azules que también le recordaban el amor maldito de su hombre amado. De un chasquido, la soga desapareció y ella cayó de pie. A Deimen lo cubría una capa negra, era más musculoso y se había dejado crecer la barba.
En cambio, ella estaba en harapos, lo más patética posible, lo más destruida, respirar le costaba, escuchaba de forma lejana, estaba desorientada.
—¿Qué quieres?
—Eres la Altísima, ya lo sabes.
—Sellé gran parte de ese poder, así que no tengo idea—verlo la llenaba de dolor porque en él estaba ese mundo ahora lejano en el que ella fue humana, tonta y enloquecida por el dios más fuerte.
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El beso del dios |COMPLETA|
Romance-¡Dios! ¡Te invoco para que me tomes!-suplicó entre jadeos huyendo en el oscuro bosque, perseguida por la turba enfurecida. El cuchillo en su mano, la sangre sobre su vestido; ella había sido una chica muy mala esa noche-¡No puedo más! Lágrimas dese...