Segunda parte: azul ardiente

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Por la pelea que tuvo con Eyron y Bellorya, hacia cincuenta años, Muerte terminó como un pedacito diminuto del gran dios que fue, y por eso, los espíritus del bosque pudieron darle una enfebrecida caza, lucharon cinco batallas, con cada una él moría más, pero no iba a rendirse hasta encontrar a esa perra pelona y vengarse, así que peleó continuamente contra los espíritus.

Miles de entes blancos y guerreros fueron devorados por él, asimismo, Muerte se debilitaba enormemente, y tras la sexta batalla, escapó, al punto de extinguirse...

Tengo que masticar viva a esa pelona de mierda-pensaba hecho una masa negra y babosa mientras se deslizaba en la tierra de los mortales-no van a ganarme.

Cuando se topó con un castillo humano, la masa negra sonrió, mostrando unos dientes de tiburón.

De noche, se coló en los aposentos de una reina humana, se metió dentro de ella por su boca y nariz mientras dormía, sabiendo que los espíritus del bosque solo podían atacar y matar a seres completamente malos; él necesitaba recuperarse, también alimentarse para acabar con los espíritus del bosque, encontrar a Bellorya y comerla, luego comerse todo ¡Todo! Usar a la reina mortal como refugio y descanso fue excelente.

Sin embargo, la estúpida humana empezó a enfermar, porque él era demasiado oscuro y poderoso para hospedarlo, los espíritus lo sabían, así que volaban alrededor de la mujer cada instante, esperando su deceso para luego darle fin a él.

Entonces, Muerte no lo dudó y tomó el cuerpo del feto que estaba formándose dentro de la humana. El dios caído, que era señor de la Muerte, no tuvo problema para chupar la esencia de la criatura y adherirla a sí mismo, adueñándose entonces del cuerpo del feto. Se hizo su armadura mortal, así, usaría en carne propia la bondad de la criatura con la que estaba mezclándose para ser intocable ante los espíritus, pues estos ridículos no podían lastimar o matar seres que albergaran un mínimo de bondad.

El corazón de Bellorya, la mínima parte consciente de ella dentro del cuerpo transformado en bebé, que continuaba dormida en el plano espiritual, se carcajeó al sentirlo.

Porque Muerte había, en su plan descabellado y salvaje, había usado un feto, la forma más pura de los humanos, introduciéndose parte de la humanidad, el sentir, la bondad, el amor, en lo más hondo de su naturaleza maldita de caído, condenándose a renacer como humano, creyendo que podría deshacerse de eso y volver a su maldad pura.

Pues no, renacer era la vida misma, y tenía consecuencias, era más poderoso el nacer, la vida, que cualquier dios, que cualquier maldad. 

Muerte había terminado de derrotarse con algo tan simple como el dar a luz.

Cuando pasó por el canal entre las piernas de la reina, esa puerta sacra y pura, Muerte fue abatido por la vida, cambiado, recreado; el que nació era su reencarnación exacta, pero reformado, un yo decente sacado de la mugre.

El príncipe Vania Torfa.

Con la última fuerza antes de perder la capacidad de usar su poder, Lorya envió una chispa de sabiduría a los espíritus del bosque para que lo vigilaran, y aplacaran al dios caído con un ritual similar al beso. Eso hicieron, atando al bebé Muerte a su hermano Mayor, Haakon Torfa, un hombre de corazón tan bueno, que podría resistir estar conteniendo a la maldad.

Entonces Lorya, Deimen y Maeda, continuaron durmiendo por los siguientes veinte años mortales, hasta que sus cuerpos terminaron de alimentarse y construirse.

Cuando los tres estuvieron listos, fueron expulsados por la niebla del mundo espiritual, escupidos al mundo humano en un bosque cerca a la capital del Reino de Sorin.

Los tres despertaron con las luces del sol colándose por las ramas de los árboles. Deimen y Bellorya eran unos bebés de dos años, mientras que el cúmulo de huesos y tierra, parpadeó, reaccionando, sentándose con lentitud, y mirando el cálido entorno con ganas de llorar, no podía comprender por qué la luz del sol le enternecía, la llenaba de felicidad como si vivir fuera increíble. Se sentía ella encantada, feliz.

Miró sus manos, su cuerpo cubierto por un vestido delgado y rosa.

Tengo dieciséis años, soy Maeda... Maeda nada más, somos tan pobres que no hay apellido; mi madre murió hace poco, solo tengo a mis hermanitos. Los traje a este bosque para pasar el día y me quedé dormida.

Al mirar a los dos bultitos a sus lados, sintió que los amaba, que eran lo que la impulsaría a vivir. Los acunó en sus brazos, sintiéndose extraña, aturdida, cautivada porque estaba viva.

Entonces, posé la mirada en Drea, la cargaba con el brazo derecho, la chiquilla preciosa, de cabellitos rubios, me miró sin pestañear, como si me leyera, yo la miré con la cabeza de lado, sonriendo porque hasta parecía consciente como un adulto. De repente, su carita de bebé cambió al terror y se atacó a llorar sonoramente.

Deimen la imitó al rato.

La recién renacida Maeda no le dio importancia, pero, la minúscula parte de Bellorya que estaba consciente dentro del bebé, al ponerle los ojos encima, había visto la marca de Muerte en Maeda con mayor fuerza que nunca, cada parte de Maeda lo llamaba, su cuerpo, su piel, y eso aterró a la reina de dioses, que atrapada en la maldición, sentía y a la vez no lo que estaba realmente pasando.

Maeda cargaba unas alas de humo negro sobrenatural que solo Bellorya vio, una alas dadas por la propia Muerte, marcándola como próxima reina de la oscuridad.

Maeda era también una humana de dioses.

La vida, tarde o temprano, enderezaba el curso.

Bellorya sufrió por eso, porque no había acabado... la vida les iba a cobrar el haber manipulado ese curso por capricho.

Y tuvo miedo, porque con el embrujo de Deimen había planeado darle una vida bonita a Maeda, pero ahí mismo, eran huérfanos pobres, abandonados y con una historia triste, ella no decidió eso, el equilibrio de la vida sí, y este quería verlos sufrir.

Maeda era tan hermosa, tan, pero tan hermosa, como los mismos dioses natos, que por comida, pronto tuvo, con dieciséis años, que vender su cuerpo.

Y Bellorya lo sufrió cada instante en carne propia, porque veía a Maeda ahogada en esa vida miserable, haciendo cualquier cosa por ellos dos, que no lo merecían, que eran dioses encerrados y casi dormidos.

Por eso, mientras fue creciendo, Drea adoptó un comportamiento tan hostil y resentido. Estaba molesta por la vida que le tocó a su ahora hermana. 

Años después, cuando Drea y Suré ya tenían trece años, y Maeda veintiséis, los tres todavía pobres y pordioseros, la guerra cayó sobre Sorin de la mano de Vania Torfa, Muerte, y los caminos de Maeda y él se unieron.

Dios y amo, juntos, en un mundo donde la magia y las deidades ya no existían.

Solo monstruos.

Ellos serían eso.

......

muchas gracias por sus comentarios, apoyo y paciencia. LAAAS AMOO


El beso del dios |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora