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—Harry, por favor.

Olivia estaba llorando ahora, recogiendo sus cosas del suelo mientras arrojaba ropa vaporosa sobre su cuerpo, hasta que la mitad del armario quedó vacía.

Observé la vieja maleta de cuero, rígida y llena de las cosas que había traído para el fin de semana con Olivia.

En cambio, tomé una caja de cartón y metí todo lo que pude dentro. Ropa, perfumes, maquillaje, zapatos, todo lo que me recordara a ella.

—Detente un momento, ¿quieres? —sentí su mano cernirse alrededor de mi brazo, mirándome con la cara roja y los ojos aguados. Su cabello dócil estaba hecho un desastre y sus párpados hinchados— Déjame explicarte, no es lo que piensas.

Resoplé en su cara, me deshice de su agarré y me erguí envalentonado sobre ella. Observé su garganta moverse al pasar saliva. Sus pupilas temblaban al observarme, mientras sus dedos se movían ansiosos, esperando cualquier cosa de mi parte.

—No vuelvas a tocarme en tu puta vida —farfullé cerca de su mejilla, lento y gutural.

No necesitaba gritarle para que supiera que estaba hablando en serio. Ella dio un par de pasos hacia atrás, recogiéndose el cabello detrás de la oreja mientras su cara se retorcía en una mueca para aguantarse el llanto.

Nunca había entendido por qué la gente lloraba cuando una relación se terminaba. Este no era un momento triste, era un momento de rabia, de enojo, de ese que te quema por dentro y no te genera más que romper todo a tu paso. No había anda por lo que llorar, nadie había muerto.

Era todo lo que sabía hacer. Llorar, llorar, llorar. No se hacía responsable por sus actos, solo lloraba y esperaba que el corazón se me ablandara por un par de ojos mojados. Después de tantos años, ella debería saber lo mucho que odiaba el llanto, y a las personas lloronas.

No había razón existente que valiera la pena ponerse en un ridículo tan insoportable.

—Toma tus porquerías y lárgate de aquí —escupí sobre mi hombro al darme la vuelta y marcharme a la cocina.

Tome de la alacena un vaso y vertí en él una botella barata de whiskey, todo el que pudiera beber. Di un trajo largo, sintiendo el escozor y el sabor amargo intentar apagar el fuego, pero no sirvió de nada. Mis manos seguían tomando con fuerza el reborde de la encimera hasta que mis nudillos se tornaron blancos.

Escuché pasos suaves y sigilosos, como los de un gato, acercarse por el corredor.

—Creí haberte dicho que te largaras de mi puto apartamento —gruñí, con la voz áspera y seca.

Olivia se apareció por la puerta, iluminada por la única luz, proveniente de la cocina. Me miraba con ojos suplicantes, su labio inferior rojo e hinchado temblaba.

—No tengo a donde ir —dijo bajito, apenas fui capaz de escucharla.

—No es mi maldito problema...

—Por favor, Harry. Solo una semana, y saldré de aquí. Ni siquiera vas a tener que verme, vas a estar de regreso en la base...

—¡¿Acaso estás sorda?! —grité en su dirección hasta hacerla respingar. Había estado conteniéndome, en verdad que lo había estado haciendo, pero ella no quería hacer su parte largándose silenciosamente— ¡Vete con el hijo de puta que tanto añoras! ¡Si tuviste los huevos de enredarte con alguien más entonces que él ponga un puto techo sobre tu estúpida cabeza hueca!

—¡Harry!

—¡Y no te atrevas a querer darme una lección de moral en este instante! ¡Fuera de mi casa o tendré que sacarte a la fuerza!

letal; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora