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 No había escuchado ni una sola palabra que había salido de su boca hasta el momento.

Estaba demasiado ocupado mirando como su boca se movía sin cesar mientras sus dedos recorrían habilidosamente la hoja de papel y sus ojos miraban al techo, Estaba recostado en la cama, con una pierna flexionada y el libro sobre su estómago.

Si cerrabas los ojos y simplemente escuchabas, no notarías la diferencia. Pero yo podía ver claramente lo tenebroso que era.

—Es espeluznante—dije antes de pensármelo.

Niall se detuvo, notoriamente extrañado. Se levantó sobre sus codos, mirándome a la cara, o al menos, así se sentía. Era más que aterradora la habilidad que tenía para hacer contacto visual sin saberlo. Niall arqueó su ceja.

—Ver tus ojos clavados en cualquier otra parte mientras tus dedos recorren la hoja y tu boca se mueve sin parar. Pareces alguna clase de brujo conjurando una maldición.

Sus labios se tensaron, pero pude ver por el temblor en la comisura de su labio, que estaba reprimiendo una sonrisa.

—Tal vez lo sea —siguió el juego con demasiada seriedad para mi gusto —Digo, si ya existen los muertos vivientes, ¿por qué no debería haber hechiceros?

Tuve que poner mi antebrazo sobre mis ojos para no reírme de su absurda expresión, pero fue en vano. De todas maneras, no quería saber qué cara estaba haciendo al escucharme reír.

—Tienes una imaginación grande, topo, te concederé eso. Yo no poseo ese talento, desgraciadamente.

—Dicen que el tamaño de tu imaginación es proporcional al tamaño de tu pene.

Me quité el brazo de mi cara, mirándolo con el entrecejo recto. Tenía las mejillas rojas y estaba con la mirada clavada en su regazo, como si quisiera esconder el rostro. Me incorporé y clave un golpe certero en su flacucho brazo. Intentando no ser tan rudo, pues el muchacho parecía hecho de papel, sin embargo, no pareció dar mucho resultado debido a la expresión en su rostro.

Se talló el brazo, pero estaba riéndose. Tenía una risa infantil y algo pegajosa, estaba riéndose todo el tiempo, pero había hecho oídos sordos, intentando no prestarle mucha atención.

—Mi pene es grandísimo —me regodeé, cruzando los brazos detrás de mi cabeza con una sonrisa, sabiendo que no era del todo mentira—, si pudieras ver, quedarías impresionado.

—¿Seguro? Soy difícil de impresionar.

Lo miré, arqueando una ceja. Había amanecido demasiado insolente, considerando que se supone, debería estar incómodo después de aquella confesión tan extraña del otro día. Comencé a sentir la sangre caliente.

—Muy seguro —lo miré de arriba abajo, su cuerpo delgado, la manera en la que podía ver sus costillas si se estiraba, o como parecía que sus piernas podrían romperse si corría demasiado—, en cambio, ya he visto el tuyo... no estoy impresionado.

Sin quererlo, había recordado el día de su baño. Intenté mantener los ojos apartados, pero era algo imposible de ignorar. Como cuando ves una herida fea, que te causa retortijones cada vez que la ves, y, sin embargo, no puedes dejar de mirar.

Probablemente sin querer que me diera cuenta de lo roja que estaba su cara, se la cubrió con el libro, pero era inútil, podía ver su sonrojo hasta las orejas. Era casi divertido cuando estaba avergonzado.

—Solo olvida que viste eso, por favor —suplicó apenas inteligiblemente contra la pasta del libro.

—Oh no, créeme, está muy bien grabado aquí —le respondí, tocándome la sien con el dedo índice, solo para probar que tan rojo se podía poner.

letal; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora